EPÍLOGO

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EMMA

Un año y medio después.

La vida a veces nos sonreía, otras nos arrebataba a las personas que más queríamos. A mí me han ocurrido ambas cosas. Conseguí al amor de mi vida, pero me arrebataron a mi familia. Por suerte tenía a mis padres, sí, pero había perdido a mi hermano. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera matado a Sophia? ¿Qué hubiera pasado si mi hermano no hubiera entrado en la cárcel y Sophia siguiera viva? Volkov le habría matado igualmente, estaba completamente segura de ello.

Durante un año no tuvimos noticias suyas, ni de lo ocurrido en Rusia. La ley rusa estaba cien por cien a favor de Volkov, era imposible que le mandasen a la cárcel o le sentenciaran a muerte. Era incluso peor que la propia dictadura a la que estaban sometidos. No supimos nada de las familias de los fallecidos, tampoco de los cuerpos que perdimos en la mansión. Como bien dijo Leone, Volkov les habría quemado para hacerlos desaparecer y borrar el rastro de la masacre.

Cambiando de tema, Salvatore y Alessandro por fin eran una pareja oficial. Les costó un poco reconocerlo en voz alta, aunque se les notaba a leguas lo mucho que se querían y lo bien que congeniaban. Me extraña que antes se llevasen tan mal, supongo que el dicho es cierto: los que se pelean se desean. Y ellos lo confirmaron con creces. La sorpresa que Salvatore le dio a Alessandro fue digna de película. El ojiazul le pidió a su novio que se casaran en la playa, deseo que al parecer me robó a mí. Leone se puso histérico, pero al final comprendió que no podía entrometerse en los deseos ajenos.

Carina era todo un amor. Estuvo día y noche cuidando las heridas de mis padres, contándoles lo bien que me había portado en el poco tiempo que estuve con ella y lo agradable que era verles tan unidos. Mi madre estaba curada, o al menos eso decían los médicos. Al final accedimos al tratamiento que Leone le proporcionó, aunque papá contribuyó a la causa. Si era por la vida de su mujer, que así fuera. Le habia comprado varias pelucas para que las utilizase mientras el tratamiento hacía efecto. Había días que estaba de maravilla y otros en los que estaba muchísimo peor, pero la probabilidades de no sobrevivir eran casi nulas. Ese "casi" siempre está en mi cabeza, pero prefiero dejarlo estar y seguir con mi vida.

Mis padres decidieron mudarse lo antes posible a Roma. Vendieron la casa de Nueva York y quisieron venir aquí, a Italia, para estar con nosotros. Volví a ver a mis abuelos después de tanto tiempo, fue un regalo de Leone. Les conoció el mismo día del reencuentro y todo fue maquinado por él y por mi padre. Visitamos a ambos matrimonios en estaciones distintas, Leone aún tenía asuntos importantes en la empresa y en el hotel de Nueva York.

Volví a hablar con Logan, mi amigo y ex-compañero de trabajo. Me preguntó varias veces por Arianna y, como no supe qué contestarle, le dije que se había mudado con su madre a Sudamérica. Le mentí, sí, pero había sido lo mejor. Después de todo, tampoco tuvieron una historia tan emotiva y duradera. Sabía que, cuando se lo proponía, podía ligar donde él quisiera.

Además, me animé a volver a entrenar. El karate siempre había sido una parte de mí, una espinita que tenía clavada desde hace años. Se lo comenté a mi padre y a Leone, me ayudaron mucho para encontrar un buen dojo para poder entrenar sin tener ningún tipo de interés por ser la futura señora Caruso. Al final dimos con uno, el primer día ya tenía varios amigos. Todos se llevaban bien entre ellos, incluso el maestro (sensei, como le llamamos allí) era una persona sociable. Retomé la clases, aún siendo cinturón marrón. Me examinaron a los tres meses y conseguí el cinturón negro. Hice bastante amigos: Andrew, Alessandra, Bianca... Había gente más mayor, pero esos tres eran con los que había congeniado a la perfección. Eran mis mejores amigos.

Además, comencé a estudiar en la universidad. Al principio decidí estudiar en casa e ir solo a los exámenes presenciales, pero sabía que lo mejor ir, socializar, aprender de las palabras, los gestos, y sobre todo, de la pasión de los profesores. Porque sí, elegí eso que tanto me había llamado la atención y nunca me atreví a hacer: estudiar Bellas Artes. La arquitectura y todo el arte que habitaba en este mundo era una de mis pasiones que, aunque pensaba que eran secretas, mis padres ya sabían desde hacía mucho tiempo. Se alegraron muchísimo con mi decisión y me inscribí en la Universidad de Roma. Debía ir y venir casi todos los días para ir a las clases y, aunque era un camino largo, valía la pena. Allí conocí a Donatella. Se había convertido en una de mis amigas más fieles y, al enterarse toda la universidad de quién era, fue la primera que no me juzgó al saber que era la prometida del hombre más rico de Italia.

LEONE CARUSO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora