67

1.2K 87 4
                                    

EMMA

Me dolía muchísimo la cabeza, pero no podía venirme abajo. Ya había aceptado la muerte de mi hermano, junto a la de mi hijo. No podía actuar por instinto, debía mantener la mente fría y pensar antes de cometer cualquier estupidez. Es algo que he aprendido desde hace unos días. Me senté en la cama, mirando la puerta del balcón de la habitación. No podía quedarme sentada, tranquila. Me levantaba y me volvía a sentar sin saber qué hacer, pensando en cualquier cosa que sirviera de algo para decírselo a Leone. Y hablando del rey de Roma...

Ciao (Hola). —Dijo abriendo y cerrando la puerta—. ¿Tutto bene? (¿Todo bien?)

—Sí, solo... Intentaba pensar algo.

Leone vino hacia mí. Frenó mis movimientos nerviosos, cogiendo mis mejillas con sus grandes manos. Buscó mi mirada durante un buen rato hasta que consiguió que nuestros ojos conectaran. Estuvimos un buen rato mirándonos, mi respiración se controló. Noté como la frente de mi prometido se juntaba con la mía, haciendo que cerrase mis ojos.

—Relájate, per favore (por favor).

Asentí mirando al suelo. Se separó de mí para poder verme mejor. Acaricié su mejilla soltando un suspiro cansado. Cogí su rostro con mis manos acercándome a él. Nuestros labios se encontraron en un beso desesperado. Como si fuera el último que íbamos a darnos. Ya quedaba muy poco para encontrarnos con Volkov.

—¿Crees que saldrá bien? —Pregunté en cuanto nos separamos. Leone cogió aire y soltó con fuerza.

—No lo sé...

Ambos nos quedamos un buen rato abrazados. Temía que fueran a ser los últimos, nuestros últimos días, abrazos, besos... Por eso, levanté la vista, cogí su cara entre mis manos y lo besé. Besé sus labios, al principio con tanteo, intentando averiguar qué era lo que pasaba por su cabeza. Pero luego... fue como si su fuego interior se encendiera. Agarró mis caderas con fuerza, descendió por mis muslos y sus grandes manos tiraron de mis piernas hacia arriba. De forma automática, mis pies se enredaron alrededor de sus caderas y conseguí engancharme a su cuerpo como si fuera un koala. No supe en qué momento mi espalda tocó el colchón, pero lo hizo. Comenzó a besar mi mandíbula, mi cuello, mi pecho...

Quise besarlo de nuevo, así que me incorporé sobre mis brazos para que subiera a mi boca. Lo hizo, y aprovechó para quitarse la camiseta y dejar su perfecto abdomen marcado a la vista. Leone estaba muy bien dotado, de todo en general. Parecía un dios italiano, aunque más bien lo era. Recorrí su pecho con mis manos, a lo que él respondió besándome con más fiereza. Ante sus besos me encontraba en el quinto cielo. Pero me di cuenta de una cosa, algo que comenzó a ponerme más y más nerviosa.

—Leone... —Intenté decir claramente, pero lo único que salió fue su nombre en un suspiro lleno de deseo. Sus labios sobre mi cuerpo no ayudaban a que mi cordura estuviera del todo clara—. Tenemos... que hablar...

—No lo estropees... —Dijo él acompañado de un gruñido.

—Leone... per favore (por favor)...

Mi prometido suspiró. Dejó caer la cabeza sobre mi vientre suavemente, mientras intentaba controlar la respiración. Acaricié su cuero cabelludo, introduciendo mis dedos a través del pelo tan sedoso y especialmente largo que tenía en ese momento. La barba perfectamente cortada hacía cosquillas en mi cuerpo, pero no me quejaba. Levantó la cabeza de repente y me miró.

—¿Qué ocurre, Emma? —Preguntó con la mirada cansada y un poco irritado.

—¿Qué te dijo Volkov? —Pregunté entonces yo, sin abandonar sus cabellos castaños de entre mis dedos.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now