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LEONE

Emma y yo caminábamos por las calles de Florencia, tomados de la mano y con una sonrisa de oreja a oreja. Había personas que nos paraban, nos hacían fotos con el móvil, nos sonreían o incluso nos abucheaban. Sí, había mucha gente que me odiaba. Demasiada, pero no me preocupaba. Lo único que quería en ese momento era pasar el rato con mi novia. Nos paramos en un puesto de gelatos (helados) para matar un poco el hambre. Habíamos andando bastante, ya habíamos visitado otras dos iglesias de las que Emma me había pedido ver. Sabía muchísimo sobre arte, más de lo que me imaginaba. Se notaba que le encantaba ese tema, el arte y la arquitectura en general. Era algo a lo que a mí nunca me habría llamado la atención, pero ver a mi chica hablar tan animadamente del tema, con tanto entusiasmo... Me fascinaba.

—¿A dónde quieres ir a comer? —Pregunté mientras caminábamos, acariciando su espalda y viendo cómo engullía el helado con ganas. Ella se encogió de hombros.

—No conozco tanto la ciudad como tú. —Dijo concentrada aún en su helado de chocolate.

—Ya... Hay muchos restaurantes de lujo por el lugar. —Me quedé pensando un buen rato, intentando averiguar a dónde podría llevarla.

—Sorpréndeme. —Su sonrisa me cautivó.

Asentí convencido. ¿Quería que la sorprendiera? Va bene (bien), entonces lo haría. Me di cuenta de que debía haber movido el coche, ese Ferrari era muy importante para mí. Lo compré hace unos años, no es que tuviera que ahorrar mucho pero siempre quise un Ferrari de color negro. Cuando era niño soñaba con ser rico, poder tener un coche de alta gama, llevar a mujeres a mi mansión de lujo... Y lo conseguí. En cierto modo, gracias a Carlo. Él fue el que me presentó a Ruggero y el que me metió en la mafia.

Llevé a Emma caminando por la ciudad, callejeando por lugares por los que nunca pensé que fuera a pasar. Eran pequeñas calles, muy pintorescas y con su propio encanto. Los turistas siempre se centran en las avenidas principales, donde se encuentran todas las tiendas, escaparates y restaurantes lujosos. Pero, por alguna razón, sentí la necesidad de llevarla a algo más clásico. En cuanto llegamos, me miró con una sonrisa burlona.

—"I'PIZZACCHIERE". —Dijo Emma leyendo el letrero que había frente a nosotros. Giró su rostro hacia el mío, con una sonrisa burlona y divertida—. No pensé que esta fuera tu sorpresa, querido.

Reí ante su comentario. Ella quería que la sorprendiera, ¿no es así?

—¿Prefieres un restaurante con cinco estrellas Michelin en los que siempre te quejas porque te ponen un primer plato como si fuera un aperitivo? —Pregunté riéndome.

Ella cogió mi brazo, tirando de mí para que pudiéramos entrar en el restaurante. No era muy grande y sólo vimos a una pareja con un niño pequeño sentados cerca de la entrada. Saludamos amablemente a los que ya estaban comiendo, los cuales se nos quedaron mirando durante un buen rato. Me reconocieron al instante, ya que me preguntaron por mi nombre. Fui agradable con ellos, parecían buenas personas y su hijo no hacía más que llamar nuestra atención. Tendría como cuatro años. Nos sentamos muy cerca de la pareja y el niño se me acercaba cada vez que podía para pedirme que jugara con él. Entonces, una vez sentados en la mesa, nos pidieron nota. Un hombre mayor de unos sesenta y cinco años nos ofreció la especialidad de la casa: la pizza margarita.

Va bene (Está bien). Tráiganos dos pizzas de esas, per favore (por favor). —Dije, y no porque yo lo hubiera decidido, sino porque había visto que de la boca de Emma empezó a brotar la saliva y se relamía cada vez que podía.

Perfetto (Perfecto). ¿Qué vino desean tomar?

Desvié la mirada hacia Emma. Frunció el ceño. Al parecer se la hizo extraño que dejara esa decisión en ella, ya que siempre era yo el que la tomaba. Pero en ese caso se lo dejaría a ella, y optó por lo más sencillo y saludable del mundo.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now