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ARIANNA

Sabía que habíamos viajado a Rusia por temas de negocios entre mi madre y Vitali Volkov. Según ella, nos había invitado aquí exclusivamente para hablar con nosotras, o más bien con ella. No sabía realmente si se conocían en persona, lo cierto es que yo nunca le había visto la cara a ese hombre. Mi progenitora estaba sentada a mi lado, con su pelo recogido en una coleta alta. Su cara reflejaba cansancio y malicia.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, mamma (mamá)? —Dije cautelosa. Cuando se enfadaba no había ser humano que la reconociera.

—No seas impaciente y maleducada, niña. Atiende.

Ambas estábamos esperando en una gran sala con más hombres allí metidos. Tenía que reconocer que eran bastante guapos, pero daban un poco de miedo. Uno de ellos miraba fijamente a mi madre, con las ganas de arrancarle el vestido ajustado que traía puesto. Mi madre había cambiado muchísimo desde la muerte de mi hermana. Mi familia se desmoronó por completo: mis padres se divorciaron porque el odio y la pena que sentían el uno hacía el otro era tal que las peleas y los golpes empezaron a frecuentar en mi casa. Mi padre, al parecer, se mudó a Apulia. Comenzó a beber y beber, y no me sorprendería que fuera alcohólico. Por otra parte, mi madre comenzó a salir hasta horas interminables y siempre que llegaba a casa me gritaba o me pegaba. De vez en cuando venía con algún hombre y lo hacían en cualquier lado. Sabía que lo hacía para molestarme, ya que nunca estuve de su parte, ni tampoco de la de mi padre.

Cuando nos mudamos a Nueva York meses después del divorcio, mi madre quiso recrearse. Me juró y perjuró que cambiaría, que no volvería a ser esa mujer que llegaba a casa borracha con un hombre y me humillaba en su presencia. No estaba tan segura de ello, pero al menos en Nueva York lo cumplió. Por suerte o por desgracia, allí conoció a Samara Foster. No conseguía comprender si era casualidad o no, pero cuando se enteró de quién era, mi madre quiso vengarse de nuevo del empresario más cotizado de Italia y prácticamente del mundo entero. Indagó lo que pudo, metida siempre en la oficina de nuestra casa. Me obligó a querer conocer a la hija de Samara para poder permanecer cerca de Leone. Ambas lo conocíamos y él sabía quienes éramos. Quizás de mí se acordaría poco, aunque era la viva imagen de Adrianna. Pude confirmar que me reconoció en la discoteca a la que asistimos Emma, Logan y yo.

Hablando de Logan... ese chico fue muy dulce conmigo. Quizás me estaba ilusionando o quizás no, pero con él me sentía bien, me sentía segura. No lo volví a ver tras la discoteca, pero sí hemos hablado alguna que otra vez por teléfono. Intercambiamos los números en la cena del otro día y quisimos seguir en contacto, pero parece ser que a mi madre no la hizo mucha gracia. Me reprochó todo lo que pudo y más, me dijo que el plan era hacerme con el corazón de Leone, haciéndome pasar por Adrianna y torturar su mente. Pero Emma me presentó delante de lo que parecían ser los guardaespaldas de Caruso, y pudieron saber mi verdadera identidad. Al día siguiente, mi madre y yo recibimos una llamada de un número que no era americano ni italiano. Un hombre de acento ruso nos invitó a su humilde sede en Moscú para poder hablar tranquilamente con él.

—¿Estadounidenses? —Preguntó uno de los hombres de camisa blanca y pantalón negro que estaba sentado frente a nosotras.

—Italianas. —Dijo mi madre.

—Dicen que son unas expertas en la cama.

Mi madre rió audiblemente. Quería salir de aquí, quería irme, olvidar todo lo que está pasando, olvidar a mi desastrosa y rota familia y refugiarme en los brazos de Logan. Era el único que me comprendía, a pesar de conocerlo tan poco me gustaba, y mucho.

—¿Quieres comprobarlo? —Preguntó mi madre poniéndose en pie.

El ruso también se levantó del asiento mientras el otro, el cual era moreno, miraba a mi madre con deseo. Otra vez no... El primero, con cabellera rubia, cogió a mi madre con brusquedad y la estampó contra la mesa. La puso boca-arriba y levantó su vestido rojo y ajustado hasta las caderas. Aparté la mirada mientras se sacaba el miembro y arrancaba la ropa interior de mi madre. Me tapé los ojos mientras intentaba pensar en otra cosa, pero una mano apartó la mía de mi rostro. Unos ojos verdes claros e intensos me miraban con preocupación y pena. Los gemidos de mi madre eran audibles y yo cada vez tenía más arcadas. Los dos hombres aún seguían con ella mientras que el que estaba delante de mí me abrazaba y me sacaba de allí.

LEONE CARUSO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora