61 (Maratón 1/3)

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EMMA

Me levanté con una sensación muy extraña. Estaba viva, sentía el tacto de todo lo que me rodeaba, pero a la vez pensaba que estaba muerta. Mucho menos sentía algo en mi vientre. La soledad me invadía en la habitación, no había nadie. Pensé que Gianni se había quedado en la habitación conmigo, al parecer me equivoqué. Me levanté de la cama con unas ganas de llorar inmensas. Realmente no sabía si eran ciertas mis sospechas, pero el vacío que sentía en la parte baja de mi estómago me decía que nada iba bien. Me senté de nuevo en el borde de la cama, aturdida. Me puse mi sudadera de Ferrari favorita y salí de la habitación. El hambre no venía a mí, y sabía perfectamente que no había comido nada el día anterior.

Bajé las escaleras, dirigiéndome al comedor. Esperaba ver a Leone ahí, pero no fue una sorpresa para mí el no verle. Recorrí toda la estancia y así estar completamente segura de ello. Efectivamente, no estaba por ningún lado. No quise preguntar a ninguno de los hombres repartidos por todos los rincones, los cuales observaban todos y cada uno de los movimientos. Salí al jardín, con la esperanza de verle al menos dentro de la piscina. Tampoco estaba allí. En cambio, vi a Gianni en una de las tumbonas. Me senté a su lado, con cuidado de no hacer ruido. Parecía muy tranquilo, dormido, o tan a gusto que ni se había dado cuenta de que estaba allí. Coloqué mis rodillas juntas, mis pies ligeramente separados y mi cuerpo hacia delante. Mis codos se apoyaron en mis muslos descubiertos y mi mano derecho sostenía mi cabeza mientras la otra se envolvía inconscientemente al rededor de mi estómago. No quise pensar más en el tema de mi embarazo, por lo que me dedicaré a mirar la piscina con detenimiento. Era inmensa y al parecer bastante profunda...

—¿Cómo te encuentras?

Pegué un bote en mi asiento. Realmente pensé que Gianni estaba más dormido que despierto, ya que no había movido ni un solo músculo desde que había llegado. Me giré hacia él, y no me gustó lo que vi. Por encima de las gafas de sol, sus ojos me miraban con firmeza, pero a la vez con lástima, preocupación y una pizca de remordimiento. Remordimiento del cual no sabría por qué lo sentía, él no tuvo la culpa de nada.

—Mejor, supongo. —Gianni me dirigió una mirada que solo escondía una pregunta. Sabía perfectamente que no se atrevía a formularla, así que decidí resolver su duda—. No siento absolutamente nada. No tengo ninguna certeza de que mi hijo siga ahí dentro.

El italiano se levantó, sentándose en la tumbona justo delante de mí. Se quitó las gafas de sol con el símbolo de Versace a cada lado, dejándolas a un lado y cogiendo posteriormente mis manos entre las suyas. Me obligué automáticamente a poner mi espalda recta.

—Iremos al hospital dentro de unas horas. He estado hablando con Leone. —Dijo con firmeza. Un pinchazo de dolor atravesó mi pecho.

—¿Está aquí ya? —Gianni asintió—. ¿Pensáis venir ambos conmigo?

Le vi dudar durante unos instantes, pero finalmente asintió de nuevo.

—Entonces os quedaréis fuera. —Continué—. No os quiero dentro de la consulta. Ni a él —dije mirando al interior de la casa. —Ni a ti.

Gianni asintió comprensivo, soltando mis manos para que pudiera ir a buscarle. Aunque no se lo había dicho directamente, supe perfectamente que sabía que iba a ir a hablar con mi prometido, pues Gianni soltó lo siguiente.

—Está en su despacho.

No me di la vuelta para comprobar la expresión de su amigo. Intente localizar primero a Salvatore para que me contara lo que había ocurrido ayer por la noche. Lo último que recuerdo es haberle visto salir corriendo de la mansión para ir a por Leone. Un acto muy paternal por su parte, protegiendo a su mejor amigo. Pero... ¿de quién en realidad? Hablando del rey de Roma, Salvatore se cruzó en mi camino por casualidad. Incluso él se sorprendió de nuestro encuentro en el pasillo. Yo... no tanto.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now