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LEONE

La noche fue tranquila. Los padres de Emma quisieron preparar un banquete antes de que nos fuéramos a Florencia. Gianni, que estuvo hablando con Rafaello y conmigo cuando volvimos, se quedó también a cenar y dijo que vendría con nosotros a Florencia. Lo vi bien, estaríamos protegidos. Pensé en dar una sorpresa a mi prometida después de llegar a nuestra casa. Nuestra casa... esa palabra me provoca un revoloteo agradable en el estómago. Necesitaba un cómplice para darle la sorpresa a mi novia. Hablé con Rafaello para ir a ver a sus padres y a los padres de Samara. Le dije que vinieran con nosotros y así verían a sus padres después de tanto tiempo, pero insistió en que debían quedarse aquí. El que su hijo esté en la cárcel les genera una incertidumbre terrible, por lo que Rafaello no quiere moverse de casa hasta que no tengan noticias del abogado que han contratado.

La mañana fue un poco ajetreada. Mi prometida no paraba de comer bolsas de cacahuetes pelados mientras iba de un lado a otro con la maleta y masas de ropa. Hubo un momento en el que casi se cae por las escaleras, Rafaello y yo salimos disparados hacia ella. Los cacahuetes salieron volando y se puso a llorar de una forma exagerada. Empezaban a aparecer los cambios repentinos de humor por las hormonas del embarazo. La dije que la compraría muchísimos más cacahuetes en Florencia, y así fue como dejó de llorar y se fue con su madre a terminar de preparar la maleta.

Una vez listos, Salvatore y Alessandro nos llevaron al aeropuerto en el todoterreno. Gianni nos seguía en otro todoterreno dirigido por sus hombres. Por otro lado, Rafaello y Samara venían en el coche del padre de Emma, el cual se había comprado un Maserati Levante hacia poco tiempo. Un coche alto, robusto y de lo más elegante para un hombre como él. De camino al aeropuerto, Emma se quedó dormida en el coche, mientras yo acariciaba su pelo. Si me paraba a pensarlo, era de locos todo lo que habíamos pasado.

Primero nuestro encuentro en el hotel. Luego yo me lié con su amiga y ella con mi enemigo, algo que hacía que mi cuerpo se tensara de furia al instante. Esa noche fue cuando los rusos vinieron a por nosotros al hotel, la primera vez que la besé. Y a la mañana siguiente la pedí matrimonio.

¿Fue rápido? Sí.

¿Fue romántico? Para nada. Pero valió la pena, porque ahora estábamos aquí. A pesar todo seguimos juntos. A pesar de Sophia, de Alek, de Volkov, de Carlo y de Cloe Martini y su hija. Aquí seguimos, juntos. Ahora más que nunca. Porque ese niño es una parte de nuestra vida, nosotros lo hemos creado, y nosotros lo querremos. Puse una mano en su vientre, era muy poco notorio el bulto que tenía, pero lo tenía. Como padre de la criatura y prometido de la mujer que lo porta, apreciaba un pequeño e insignificante redondeo de su bajo vientre. Me preguntaba cómo estaríamos cuando diera a luz. Seguramente a gritos, discusiones y dolores, pero tendríamos a nuestro pequeño o pequeña en brazos.

Entonces, una duda fugaz pasó por mi mente. ¿Volkov sabría esto? No lo creo. Adrianna no lo sabía, Carlo estaba muerto, Sophia también. Y también el doctor que se había encargado de mi mujer en el hospital y que me dijo que sería padre. Tres muertos en tan poco tiempo. Siempre pensé que Carlo era un topo, por eso Gianni lo mató. Le tenía mucho cariño a Carlo a pesar de nuestra enemistad, fueron buenos amigos. Sabía perfectamente que a le dolió más a Gianni que a ninguna otra persona, pero hizo lo que creyó que era lo más correcto. Ambos sospechábamos de que, de alguna manera, a pesar de la enemistad tan letal entre la mafia rusa y la italiana, Volkov había hecho un trato con Carlo para destruirme. Ambos me odian, era totalmente lógico. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que habíamos llegado al aeropuerto.

—Hemos llegado, Don. —Dijo Alessandro abriendo la puerta. Salvatore se encontraba a su lado. Me giré hacia Emma para despertarla, dándole un pequeño beso en los labios.

LEONE CARUSO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora