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EMMA

Me quedé tranquila con el hecho de que Leone sabía lo que Anna me dijo cuando él se fue. Merecía saberlo, era el hombre de la casa y, quizás quedé como una especie de chivata como cuando éramos unos críos, pero era necesario. Además, me divertí un poco al ver su cara de terror. Me habría gustado ir detrás, pero mi instinto decía que no debía. Quizás ahí abajo habría una sala de torturas o algo así. Mi mente me decía que mantuviera la boca cerrada, que me callara y no hiciera nada. Pero mi cuerpo hizo caso omiso a esas advertencias, así que me fui hacia Carina.

—Carina. —Dije llamando su atención. Terminó de acoplar todo lo necesario para que Leone y yo desayunáramos. La verdad era que no había comido casi nada en varios días y ese desayuno en concreto hizo que mi estómago rugiera solo—. ¿A dónde la lleva?

—Señorita... —Dijo, sabiendo que no podía decir nada al respecto. Ambas sabíamos que si Leone se enteraba de que Carina me lo había dicho, ardería Troya.

—No va a enterarse. —Me acerqué a ella para estar lo suficientemente cerca. Su respiración era agitada, pero cogí sus manos para tranquilizarla. Cogió aire y lo expulsó lentamente. Entonces habló.

—Son una especie de mazmorras a las que únicamente el señor y algunos de sus hombres, como Salvatore, Alessandro o incluso el joven Valentino tienen acceso.

—¿Mazmorras? —Pregunté. Ella asintió.

—Algunas son solo celdas. Pero otras...

Sabía por dónde iba. Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo y dije lo primero que se me había venido a la cabeza. Al parecer, acerté en mi hipótesis.

—Salas de tortura. —Carina asintió.

—Hacía mucho tiempo que Leone no metía a nadie ahí dentro... —Dijo esta vez, temiendo por la vida de la chica.

Sinceramente, no quería seguir sabiendo cosas de ahí abajo. Hay veces en las que no debíamos saber que es lo que se escondía en los suburbios del lugar en el que te encontrabas. Decían que la curiosidad mataba al gato, así que debía dejarlo estar. Me senté en la mesa, devorando con la mirada toda la comida que había sobre ella. Delante de nuestras sillas había un plato con varios cubiertos a sus lados y una taza de café en frente. Lo cogí, bebí un trago y casi me da una arcada. Odiaba el café, y Carina se dio cuenta.

—¿Quiere que le traiga otra cosa? —No perdí el detalle de que ya no me tuteaba.

—No, tranquila. No te preocupes. —Dije forzando una sonrisa.

—No me importa prepararle otra cosa. Está visto que no la gusta el café.

Asentí un tanto avergonzada.

—¿Quiere una taza de chocolate caliente? —Preguntó entonces.

Asentí de nuevo con la cabeza y la vi marcharse rápidamente con una sonrisa maternal en la cara. Aproveché para sacar mi teléfono móvil y llamar a mis padres. Me quedé un buen rato pensando, intentando conectar varias excusas para poder explicarles lo ocurrido. Aunque cambiando los hechos. Si mi padre llegaba a enterarse de lo ocurrido no dudaría ni un segundo en culpar a Leone por haberle dejado sin ser abuelo. Muy a mi pesar y sabiendo que había actuado delante de mi prometido, yo pensaba lo mismo que sabía que pensaría mi padre. Pero no podía causar más dolor en esta casa, porque sinceramente también pensaba que era culpa mía. Culpa de ambos. Ambos éramos los culpables de esto.

Leone apareció de repente, poniendo las manos en mis hombros. Miré detenidamente la pantalla de mi móvil. No sabía cómo había llegado hasta el contacto de mi madre, pero lo había hecho. Lo que sí sabía era que ella no me había llamado para que disfrutara de los primeros días en la casa en la que ahora vivía. Por desgracia no fue como esperábamos, ninguno de los dos.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now