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LEONE

Cuando me metí en la ducha y dejé a Emma en la habitación tenía una erección que podía perfectamente llegar hasta mi cabeza. La capacidad que tenía esta chica para ponerme a cien en un solo segundo era increíble, pero ella tenía razón. Teníamos prisa y debíamos prepararnos lo antes posible para la cena. No quería decirla nada porque sabía que se pondría más nerviosa todavía, pero mi tío era un hombre muy estricto con la hora. Si llegabas tarde te caía una reprimenda impresionante, daba igual si eran diez, quince, o un solo minuto.

Me encontraba de pie en la ducha de mi dormitorio, con las manos apoyadas en la pared que estaba frente a mí. El agua recorría mi cuerpo con fluidez. Me encantaba sentir el agua ardiendo y quemando mi piel. Me sentía inmune, poderoso, victorioso por aguantar algo a las que a ciertas personas les duele. El dolor es psicológico, el dolor solo está en la mente de quien quiere realmente sentirlo. Yo no tolero que se cuele en mi cabeza para que me destruya. Quizás sonaba un tanto radical, pero así era mi ideología. Escuché como la puerta del baño se abría y se cerraba en menos de un segundo. Las puertas correderas del cristal de la ducha estaban completamente empañadas por el vapor del agua, así que no pude ver con claridad a la persona que se estaba quitando lentamente la ropa frente a mí.

Esta chica iba a volverme completamente loco. Sabía que la estaba observando a pesar de no poder verla con claridad. Me incorporé inhalando todo el aire que pude, aún con la ducha funcionando. La persona que se encontraba al otro lado abrió las puertas a la vez que yo miraba al frente, dejando mi espalda expuesta. La corredera se cerró y unas manos se posaron sobre mi piel desnuda, recorriéndola poco a poco. Dejó un surco de besos a medida que acariciaba mi cuerpo. Miré hacia abajo, mi sexualidad erecta no ayudaba en absoluto. Me di la vuelta para observar a la mujer de mi vida, con el anillo de compromiso y su cuerpo desnudo frente al mío. Era una jodida dea (diosa). Estaba tentándome, veía la picardía en sus ojos verdes y el fuego reflejados en ellos. Cuando la conocí era una chica tímida, discreta... pero nunca pensé que llegara a ser así en la intimidad. ¿Habría sido así con todos? No lo creo.

—No me tientes, Emma... —Dije en un susurro. Su sonrisa maliciosa me excitó muchísimo más.

—¿Por qué? Es divertido. —Dijo alzándose de puntillas para besar mi barbilla. Cerré los ojos para controlarme.

—Porque su empiezo no voy a poder parar. —Respondí firme, y era verdad.

En vez de responder, cogió mi nuca y estampó sus labios contra los míos en un ardiente y apasionado beso. Su lengua se hizo camino hacia mi boca y no pude contener el deseo de abrirla para ella. Conmigo nunca había sido la mujer la que mandara en estas situaciones, nunca. Pero Emma me provoca de una manera indescriptible. No me creería nadie si dijera que ella puede hacer conmigo lo que quiera. Aún así, cuando alguien me provoca de verdad, la bestia que se encuentra dentro de mí sale a la luz.

Cogí sus caderas para darla la vuelta y estamparla contra la pared del baño. No lo hice suave, pero tampoco quería hacerla daño. Al parecer la gustó, porque nada más estamparla soltó un gemido y movió sus caderas con ganas de más. Lo malo era que no podíamos retrasarnos. Cerré el agua para que me escuchara con claridad. Pegué mi cuerpo al suyo, comencé a besarla el hombro, la nuca, el cuello... Emma no dejaba de suspirar y de soltar algún que otro gemido, y eso era música para mis oídos.

—¿No fuiste tú la que dijo que teníamos que prepararnos? —Pregunté en su oído.

—No creo que pase nada...

—No sabes cómo es mi tío, amore (amor). —Ella soltó una leve carcajada.

—Él tampoco sabe cómo soy yo.

LEONE CARUSO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora