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LEONE

La puerta de la terma secreta se cerró en cuanto Emma salió. Miré las escaleras por las que había subido, sin dejar de preguntarme que la ocurría. Salí del agua, dirigiéndome a por una toalla enrollando mi cintura y otra más pequeña para secar mi pelo. Crucé todo el lugar para adentrarme en la habitación. Ya allí, vi un bulto bajo las sábanas. La dejaría tranquila durante un rato, aunque su postura me parecía de lo más incómoda. Recogí la ropa que estaba tirada por el suelo, dejándola encima de una cómoda que había al lado del escritorio grande de oficina.

Dejé la toalla del pelo al rededor de mis hombros. Abrí el armario y vi mis cosas un poco revueltas. No recordaba haberlas dejado así, ni siquiera recordaba haberlo abierto en ningún momento. Miré la figura de Emma bajo las sábanas, abriendo la boca para hablar, pero unos golpes en la puerta me interrumpieron.

—¿Quién es? —Pregunté.

—Soy yo.

La voz de Lorenzo llegó a mis oídos. Abrí la puerta lo suficiente como para que solo se viera mi cuerpo y tapar el resto de la habitación. Mi primo estaba al otro lado, con las manos en sus pantalones de vestir, su camisa perfectamente abotonada y su impoluto chaleco de punto. Puso la mano en la puerta para abrirla, pero se lo impedí.

—¿Qué coño quieres? —Pregunté bruscamente.

—Solo vengo a hablar, primo.

—Emma está dormida. Está muy cansada del viaje, déjala descansar.

—Si está dormida no se va a enterar de que estoy aquí. —Dijo con tono burlón.

—Mejor déjalo, Lorenzo. Si quieres hablar conmigo deja que me cambie y me ponga algo más apropiado que una toalla de baño.

Cerré la puerta de golpe, no iba a dejar que Lorenzo entrase aquí. Me cambié de ropa sin mirar a penas nada más en la habitación. Me puse unos pantalones negros de vestir con una camisa negra y un par de botones desabrochados. Peiné un poco mi pelo revuelto por la humedad y me puse unos zapatos de vestir. Recogí mis mangas hasta mis codos, dejando ver mis brazos bronceados y con alguna vena notable. Me puse mi Rolex favorito y salí de la habitación.

Encontré a Lorenzo apoyado contra la pared de enfrente, con los brazos cruzados sobre su pecho. Cerré la puerta a mis espaldas sin dejar de mirarle. Le indiqué que bajase las escaleras para poder hablar en otro lado más privado. Salimos al jardín trasero pasando por el salón, donde se encontraba toda la familia. Nos sentamos en unos sofás de exterior bajo un porche de madera. El ambiente estaba nublado y se pondría a llover en cualquier momento.

—¿Cómo conociste a Emma?

Su pregunta me pilló desprevenido.

—Es una empleada de mi hotel. El de Nueva York.

—¿Una italiana en Nueva York? Parece el nombre de una telenovela mala.

—No es italiana. Es neoyorquina. El apellido italiano viene de su padre.

—Así que su padre es italiano. —Asentí con la cabeza. Lorenzo se quedó pensando unos segundos de más, hasta que abrió los ojos sorprendido—. Espera, ¿Sorrentino? ¿La hija de Rafaello Sorrentino?

—Sí. —Rió sin poder creerlo. Estaba empezando a hartarme—. ¿Qué pasa?

—¿Su padre y tú sois socios no? —Fruncí el ceño. No me gustaba hacia dónde iba esta conversación, no me daba buena espina. Asentí sin querer responder con palabras—. Pensé que sería tan estirada como su padre.

—Lo primero, no llames estirada a mi prometida. Lo segundo, ¿a qué coño te refieres con eso?

—Parece... rebelde. —Me crucé de brazos intentando descifrar las palabras de mi odioso primo, pero aún no encontraba una respuesta concreta. Debía sacárselo a la fuerza. Su expresión de lujuria tampoco ayuda.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now