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ANÓNIMO

No sabía qué hacer. Estaba completamente perdido, aturdido. Tenía el corazón partido en dos. Me dolía el pecho y tenía demasiadas preocupaciones. Salí de casa sin rumbo alguno. Mis amigos me habían llamado para salir de fiesta, ir a tomar algo en alguna discoteca de la ciudad. Pero no estaba de humor. Había pasado mucho tiempo desde los últimos acontecimientos, pero no lo había superado. Mis ojos estaban ardiendo de las lágrimas que había soltado y además por todo el tabaco que había ingerido. Estaba perdido, y no sabía qué hacer.

Caminé hasta llegar al centro. Mis amigos habían quedado en un bar cerca del Paradise Club, así que decidí quedarme en el callejón pensando en cómo llevar a cabo mi plan. Estaba enfadado, estaba cabreado y dolido. Una persona así no se merecía vivir así como así. Esa chica y yo habíamos llevado a acabo algún que otro trapicheo. Aunque su madre no lo supiera, siempre compraba droga para relajarse. Yo la daba siempre lo que podía. Gastaba mi propio dinero en ella. Porque la quería, desde hacía mucho tiempo. Se lo dije demasiadas veces como para parecer un idiota enamorado frente a ella. Pero se fue con otro, con un idiota que se estaba aprovechando de ella para sacarla la información posible. Todos los viernes, Sophia iba sola a bailar por ahí. Hacía amigos y luego volvía a su casa como si no les hubiera visto en su vida para no sentirse sola. Me parecía deprimente y también me daba un poco de pena.

Aún seguía en el callejón, apoyado contra la pared, cuando la vi pasar por mi lado sin que me viera. Tenía una capucha puesta y era imposible que alguien me reconociera en la oscuridad en la que estaba. Terminé el porro que me había encendido de camino aquí y lo tiré al suelo. Estaba un poco más relajado, así que saque el teléfono móvil haciendo como si nada mientras seguía a la rubia que andaba unos pasos por delante de mí. Me paré en el bar de la esquina, justo frente al Paradise Club, la discoteca a la que iría luego con mis amigos y a la que entró Sophia hace menos de un segundo.

Me metí en el bar donde mis amigos del instituto ya estaban bebiendo. En Nueva York era muy común hacer esto: beber en el bar que está frente a la discoteca para no gastarte un dineral en copas. Además, yo no tenía dinero para eso, me lo había gastado en sustancias relajantes y medicamentos.

—¡Hola, tío! —Me saludó uno de mis colegas cuando entré—. Ya pensábamos que no ibas a venir. Estábamos a punto de irnos. ¿Quieres tomar algo rápido?

La verdad es que iba a necesitar tener un poco de alcohol encima para llevar a cabo mi plan. Tenía un as bajo la manga, pero no podía fallar por mi torpeza. Sí, cuando estaba bebido hacía las cosas mejor. Digamos que es como un súper poder que he adquirido desde hace mucho tiempo. Nick, que así se llamaba mi amigo, me pidió una mezcla extraña de vodka con algún zumo de fruta. Me lo bebí fe un trago, y nos fuimos al local de música estruendosa. Todo el mundo me iba felicitando por como me había bebido la copa con esa velocidad. Lo malo es que me empezaba a subir igual de rápido. Mis ojos empezaban a pesar y no debí fumar antes de beber. Me dije a mí mismo que podía aguantar, así que me erguí y caminé decidido con mis amigos a la discoteca.

Todos entramos sin ningún problema, excepto Spencer. Ese chico había cambiado mucho en pocos años y siempre había inconvenientes al entrar en alguna discoteca. Su foto del documento de identidad no hacía referencia a su físico actual, por eso siempre debíamos esperar a que entrase él antes y decir que viene con alguno de nosotros. Una vez dentro, después de discutir diez minutos con el portero, fuimos a la barra.

—Pensé que ya habíais bebido en el bar. —Le dije a Nick.

—Sí, pero no mucho. Queríamos probar alguna bebida de aquí. ¿Te pido algo? —Negué con la cabeza.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now