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LEONE

Aparqué en una de las calles lejanas al tumulto de la gran ciudad de Florencia. No podía dejar que nadie me viera, y menos con otra mujer que no fuera mi prometida. Pero necesitaba su ayuda. Entré en el bar, visualizando a bastantes personas dentro. Cazzo (mierda)...

—Leone. —Me giré hacia la mujer cuya voz me había llamado. Viviana Lombardi.

—Viviana. —Cogí su mano y planté un casto beso en el dorso de la misma. Ella la elevó hacia mi mejilla para acariciarme.

—¿Cómo has estado? —Preguntó. La gente empezaba a mirarnos más de lo normal.

Bene (Bien)... Oye, ¿podríamos ir a algún otro lado? —Pregunté mirando a todos lados. Ella se dio cuenta de lo que me pasaba, había demasiada gente.

—Podemos ir a mi apartamento, si quieres. —Asentí ante su idea. Cualquier cosa sería mejor que el lugar en el que estábamos.

—Después de ti. —Ambos salimos de allí, y no vi ni un coche al que Viviana quisiera acercarse—. ¿Has venido andando?

—No. En autobús.

—Entonces iremos en mi coche.

Ella asintió con una sonrisa divertida. En cambio, mi rostro aún seguía serio. Caminé sin ninguna gana hacia el Ferrari. Abrí la puerta del copiloto con la intención de que Viviana se metiera, aunque se quedó de pie mirándome.

—¿No vas a entrar? —Pregunté.

—¿No vas a dejarme conducir? —Entrecerré los ojos en su dirección. Ella aún seguía con su sonrisa pícara en el rostro. Me limité a mirarla fijamente hasta que levantó las manos en señal de rendición—. Va bene (Está bien), era solo una broma.

Entró al coche y cerré la puerta. Noté mi móvil vibrar en mi pantalón de vestir negro, pero no quise mirarlo. Lo único que quería era pasar un rato agradable con una vieja amiga y pedirle su consejo. Nada más. Me metí en el asiento del conductor y salí de la calle, metiéndome en la principal. Viviana me iba indicando el camino hacia su casa. Era una mujer bastante adinerada, así que su apartamento quedaba en una zona bastante céntrica. Por suerte, nadie nos vio y la prensa no apareció. O eso pensaba. Subimos por el ascensor. Una vez dentro, la mano de Viviana rozó la mía. Noté su mirada sobre mi cuerpo, aunque no se la devolví. Sabía cuales eran sus intenciones desde el principio, pero debía establecer las mías antes de que quisiera cometer cualquier locura. No pasó nada más. Ella soltó un suspiro frustrado y se cruzó de brazos, esperando a que las puertas del ascensor volvieran a abrirse.

En cuanto lo hicieron, salió como una bala, haciendo que sus tacones resonaran por todo el pasillo hasta llegar a la puerta de su piso. Metió las llaves en la cerradura y abrió, dejándome atrás. Dejo la puerta completamente abierta, como solía hacerlo hace años para que yo entrara cuando quisiera. Mis pies iban más despacio de lo normal. Mi cabeza se preguntaba una y otra vez si esto era buena idea. Sabía perfectamente que no, y sabía que habría consecuencias cuando volviera a casa. Pero Emma cometió un error, y yo también. Ahora estaríamos en paz... ¿verdad?

Cerré la puerta tras de mí una vez que estuve dentro del apartamento de Viviana. No la vi por ningún lado. Supuse que se habría ido directamente a la cocina. Todo estaba igual que hace años, nada había cambiado. Los marcos u las fotografías seguían en su sitio. Una de ellas me frenó en seco. Aún sabiendo todo lo que pasó, la sigue conservando. Me parece algo muy valiente por parte de Viviana. No noté el momento en el que llegó hasta mí.

—Esa foto nos la hicimos tu madre y yo cuando teníamos veinte años.

Me giré hacia ella y vi como me entregaba una copa de vino. Le di un sorbo sin dejar de mirar la fotografía.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now