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EMMA

Habían ocurrido demasiadas cosas en menos de veinticuatro horas. La aparición de Cloe en mi casa, la confesión de que Adriana era la hija de la misma y la posible venganza de la mujer hacia él, el engaño de Volkov y mi pequeño secuestro...

Realmente necesitaba un respiro. Los acontecimientos iban demasiado rápido y yo solo quería meterme en la cama y descansar. La tía de Leone estaba conmigo, en la habitación, con varias bolsas en las manos y colgando de sus brazos. Tenían bastante dinero, era evidente. Pero me hacía sentir extraña que la mujer hubiera gastado tanto dinero en mí, sin siquiera conocerme. ¿Qué le hacía pensar que no iba a romperle el corazón a su sobrino? Técnicamente, casi lo hago al haber cometido una estupidez. La estupidez de haber confiado en su enemigo.

—Emma, cariño... ¿estás bien?

La miré rápidamente. Mi ceño fruncido me delató y su expresión de preocupación no se fue en ningún momento. Asentí rápidamente con la cabeza.

—Sí, es que me emociona que seas tan... maternal conmigo.

—Oh, bella (cariño)...

Grazie mille per tutti. (Muchas gracias por todo). —Dije en un susurro.

—¿Qué tal la mejilla? —Preguntó mirándola—. Bueno, al menos ya no tiene tanta inflamación.

—Está mejor, Antonella.

De repente, la tía de Leone se llevó la mano a la boca cuando vio la mia. La cicatriz del corte se veía perfectamente. Aún estaba reciente, pero decidí quitarme el vendaje para no levantar sospechas. Y, al parecer, no ha servido mucho.

—¡Por Dio (Por Dios)! —Dijo mirándome con los ojos abiertos—. ¿Qué te ha pasado? Ese niño mío me las va a pagar.

—¡No! Antonella, no ha sido Leone. —Dije preocupada.

—¿Seguro? —Preguntó. Asentí—. Bueno, ¿entonces quién ha sido?

No podía decir absolutamente nada, y menos a su tía. El golpe pudo pasar el grado de mentira, pero cualquier cosa que diga que me haya pasado en la mano no se la creerá tan fácilmente. Mi mente se quedó completamente en blanco, hasta que Antonella me devolvió a la realidad pasando la mano por delante de mis ojos.

—Estoy bien. —Le repetí a Antonella—. ¿Por qué no miramos lo que has traído?

Ella sonrió no muy convencida, aunque veía claramente que no iba a hablar. Dejó el tema a un lado, poniendo las bolsas de todas las marcas posibles sobre la cama. Había lujo mirase por dónde mirase, desde Gucci hasta Prada, pasando por Versace y Bulgari entre otros. No podía creer todo lo que Antonella había gastado en solo un paseo, ni siquiera podía llegar a imaginar todo lo que compraría yendo de compras. Cosas de ricos, supongo.

—He comprado varios vestidos, para que uno te lo pongas esta noche y lleves los demás a la casa de campo. Son muy frescos, allí hace bueno en verano. Además hoy el cielo se ha despejado y hace muchísimo mejor, pero te recomiendo que te pongas alguno de los monos largos esta noche. No quiero que te quedes fría con la brisa. —Dijo sacando todos y cada uno de los atuendos de sus bolsas.

—Son demasiados, Antonella...

—Y son todos para ti, cariño. —Dijo con una sonrisa.

Sono spiacente (lo siento), Antonella. Pero... no puedo aceptarlo. Es demasiado caro...

—No digas bobadas, Emma. Es un regalo mío. Y los regalos no se rechazan. Ahora, ve al baño con... —Se quedó pensando un rato en qué darme, hasta que lo eligió y me lo tendió en sus manos—. Este. Ponte este.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now