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EMMA

Sophia parecía tranquila. Demasiado para mi gusto. Daba hasta miedo, pero no podía hacérselo ver. Sophia era peligrosa en estos momentos, y lo menos recomendable era hacerle ver que eres su presa. Te tenía que ver como un rival. Mi antigua mejor amiga, o al menos por mi parte, empezó a pasearse por el recibidor hasta llegar al salón y sentarse en el sofá. Parecía que estaba en su casa. Mi madre fue la primera en moverse, pero yo la agarré rápidamente del brazo.

—Deja que vaya yo. —Dijo ella.

—No, mamma. Esto es entre ella y yo. —Mi madre negó con la cabeza.

—A mí no va a hacerme nada.

Sin mucho ánimo, la solté. Me gustase o no, ella tenía razón. Sophia quería hacerme daño a mí, no a mi madre. Sabía que estaba enferma desde hace años. La quería, aunque en esos momentos no lo dijera en alto. Sophia apreciaba a mi madre como si de la suya se tratase. No la haría daño, pero aún así, una parte de mí temía lo peor.

—Hola, Samara.

—Hola, Sophia. Dime, cielo, ¿qué te trae por aquí? —Preguntó mi madre en cuanto entré segundos después que ella. Los ojos de mi "amiga" no se dirigieron hacia mí desde la entrada. Se enfocaron única y exclusivamente en mi madre.

—Quería felicitar a mi amiga, si es que puedo seguir llamándola así. Ya sabes, por el compromiso. —Dijo entonces fijando sus grandes ojos en mí. Mi temperatura corporal bajó considerablemente. Mi madre y ella se dieron cuenta de mi palidez, pero no dejé que el miedo a esta mujer me ganara. Éramos adultas, y lo íbamos a resolver como adultas.

—Gracias, Sophia. —Respondí.

—¿Cuándo es? —Preguntó. Mi ceño se frunció, a lo que ella respondió con una risa sin gracia—. ¿Acaso no estoy invitada a la boda? Ya decía yo que no me había llegado ninguna carta. Tendré que presentarme allí. No me perdería la boda de mi mejor amiga.

—Leone y yo lo pensaremos. Non ti preoccupare.

Su sonrisa malévola se tornó a un cara completamente seria, frustrada y llena de ira. Sophia se levantó y se dirigió hacia mí, a paso lento. Vi como Valentino quiso intervenir, pero levanté la mano para que no se acercara. Yo era quien debía lidiar con ella. Sophia se dio la vuelta hacia la persona a la que di la orden. Se giró de nuevo hacia mí y rió.

—¿Este quién es? ¿No te basta sólo con Leone?

Me quedé callada. Ella menos que nadie debía saber que tenía un guardaespaldas. Suficiente era con que lo supiera mi familia. Sophia se acercó peligrosamente a mí, a lo que yo levanté la mano para apartarla, pero me cogió la muñeca con fuerza. Me hacía daño, pero ella no lo vería a través de mi rostro. Entonces, una voz se hizo presente.

—Basta, Sophia. Suéltala.

Miramos hacia mi derecha. Mi hermano estaba junto a nosotras, mirando a Sophia con furia. Ella sonrió de nuevo. Empezaba a odiar que hiciera eso.

—No estarás enfadado conmigo, ¿verdad? Sé que eres incapaz de hacerlo, cielo. Te gusto.

—Una cosa no quita la otra. Estás haciendo daño a mi hermana, y eso no te lo voy a permitir. —Dijo cruzándose de brazos y levantando el mentón. Mi hermano se había convertido en un hombre de valor. Le admiraba.

Sophia me soltó.

—¿Estás insinuando que de verdad te gusto, Leo?

Mi hermano se quedó completamente callado. Miró a mi madre por encima de Sophia sin saber qué decir. En realidad, eso era un secreto a voces. Todos supimos desde el principio que a Leonardo le gustaba Sophia. De pequeño lo decía sin parar. Su actitud actual no ha cambiado en absoluto, aunque no lo diga directamente. Siempre preguntaba por ella, en la comida, en la cena... Lo hacía sin que se diera cuenta de las miradas cómplices que nos lanzábamos mamá y yo. Sigue siendo un niño inocente y enamorado, pero, al parecer, de la persona equivocada.

LEONE CARUSO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora