Capítulo 1: Nueve de la mañana, hora española

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Esta voz que os habla en vuestras cabezas soy yo. Aunque penséis que sois vosotros, que también; debo confirmaros que a la que escucháis, en estos precisos momentos, es a mí. Son las nueve de la mañana, hora española. Lo sé bien porque Candela acaba de mirar su nuevísimo Apple Watch que le regateó a un señor en Wallapop. No hay nada que no le salga rentable. No sé cómo lo hace, pero siempre compra todo a unos precios tiradísimos; excepto aquel vestido marrón pegado con el que se obsesionó durante meses.

Son las nueve de la mañana, hora española, y estoy vestida con el uniforme requerido: blusa blanca, pantalón negro y tenis negros. La misma ropa que llevamos todos, a diferencia de que ellos en lugar de blusa llevan una camisa de manga corta. Carlos ha estirado las mangas en numerosas ocasiones. No creo que así crezcan. No ha parado de quejarse de ello en toda la mañana. A decir verdad, yo también me quejaría si mi blusa fuese varias tallas menos. Le he dicho más de veinte veces en esta última hora que hable con algún regidor o regidora por si tiene suerte y alguien ha cambiado una camisa de su talla, pero no lo hará porque le encanta protestar.

Son las nueve y tres minutos de la mañana, hora española. Nuria ha resoplado varias veces. Hace tres minutos que esto debió haber empezado y aquí seguimos esperando desde hace veintitrés minutos. Nuria o Nur, como ella prefiere, lleva la misma vestimenta que el resto, pero en ella es diferente. Su pelo negro reluciente cae en un recogido precioso sobre su espalda y la blusa, idéntica a la mía, le queda como un guante resaltando toda su figura. He llegado a preguntarme si a mí sí que me han dado mi talla o es que me queda más ancha de lo normal. No recuerdo haber adelgazado desde que mandé la solicitud al trabajo. En fin... no creo que sea nada de eso. Tal vez el motivo resida en que Nuria... Nur... tiene un estilo propio. Sí, es eso. Debe ser eso, porque Candela me ha hecho una trenza preciosa y yo sigo viéndome extraña con el pelo tan recogido. Órdenes del trabajo. Tengo que acatarlas.

Candela lleva su pelo rubio en un moño bajo. No ha podido hacerse mucho más debido a su melena midi. Aún así, el moño ha quedado desenfadado y le hace parecer mucho más esbelta. Estoy segura de que si intento un moño así me quedaría como una castañita. No sé de dónde ha podido sacar tanto pelo para ese peinado. Carlos ha vuelto a lamentarse de la talla, esta vez se lo ha susurrado a Candela; como si supiese que la próxima vez que me haga referencia a su camisa utilizaré su cabeza de pelota de baloncesto. Estoy segura de que llegado el caso, soy capaz.

Son las nueve y diez minutos de la mañana, hora española. Acabo de mirarla en el pequeño iPad que nos han cedido a cada uno. Candela se muestra desenvuelta con él. Está bastante familiarizada con esta marca. Yo, sin embargo, aún no he encontrado la forma de salirme de las aplicaciones y eso que ella ha estado más de media hora explicándome la graaaaaaan cantidad de cosas que se pueden hacer con un aparato como ese. Nur ha vuelto a resoplar. Mis piernas ya están temblando de tanto rato que llevamos aquí de pie. Estamos en una gran sala. Diría una gran gran gran sala. Esto es enorme. Cuando accedí a trabajar aquí ni siquiera esperaba que esto fuese tan... tremendo. TRE-MEN-DO. Las instalaciones son enormes y el campus se abre paso en una explanada al exterior de la ciudad de Madrid. Ni siquiera sé cómo han podido construir esto en tan poco tiempo. Aquí pasaremos los próximos diecinueve días. Más de 150.000 puestos de trabajo creados solo para dar cabida a los Juegos Olímpicos.

—No quiero ser pesado; pero, en serio, todo el mundo va a verme con este crop top.

—Los crop top están en tendencia, Carlos —replica Candela a su lado izquierdo.

Estamos formando una fila que parece bastante larga. Apenas veo al primero de ella. Estoy posicionada entre Carlos y Nuria. Al menos eso calma mis nervios. Ahora estoy maldiciendo en voz baja el haberme apuntado a esta locura. No debí hacerle caso a Candela. Siempre supe que su amistad me llevaría a algún final siniestro. Este parece uno de ellos. ¡Apúntate conmigo! Será divertido, me dijo aquella tarde. Y yo, como patito pequeño que busca a su mamá pata, la seguí. ¡Quién me manda a mí...!

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora