Capítulo 52: La calma previa

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—¿Te he dicho ya que estás como una maldita cabra, Gus?

Bibi me mira sonriente mientras le ayudo a que descienda por las piedras de este pantano. Casi se tira encima mía y bajamos a la arena del tirón, pero rodando. La tengo entre mis brazos, sosteniéndola. Ha estado a punto de abrirse la cabeza unas cinco o seis veces. Debí asegurarme de traer a Bibi metida en una burbuja o algo así.

—Te tenía que haber envuelto en plástico.

—Ya te dije hace mucho que soy torpona. No te hagas ahora el sorprendido. ¿No podíamos haber superado nuestros miedos otro día? No sé. Uno en el que no hiciese esta calor infernal. ¡Son las ocho de la tarde ya, Gus! ¿Quién viene a una pantano vacío a estas horas?

—Nadie, Bibiana. Por eso mismo. —Elevo las cejas.

—Ya... ¡Mierda! —Vuelve a colocarse la chancla que se le ha salido del pie—. ¿Tenías que tener un 52 de pie?

—Haz la pregunta al revés. ¿No podías tener tú un 52 en lugar de un 36?

—Sí. Y parecería un maldito payaso.

—Te sentaría genial la nariz roja, que lo sepas. —Miro hacia atrás, yo ya estoy en la arena y aún la veo pelearse con las piedras por descender. Extiendo mi mano y vuelvo a agarrarla. Sujeto su cuerpo y la bajo directamente a la arena.

—Gracias. Menos mal. —Se sacude la ropa—. Al menos me sirve para algo tener un novio de dos metros doce.

—¿Un qué? —La miro con los ojos abiertos en cuanto la suelto y le sonrío.

—¿Un qué de qué? —Mueve la cabeza indiferente y camina hacia el agua.

—¿Has dicho 'un novio'?

—No. —Contesta escueta. Me río y se gira para mirarme—. Has escuchado mal.

—Vale, novia. He debido de escuchar mal.

—No me llames novia. —Eleva su barbilla y me golpea en el hombro.

—¡Eh! —Me quejo—. Esto es falta personal, ¿no lo sabías, novia?

—¡Que no me digas así, Gus!

—Tú me has dicho 'novio', señorita Bibiana.

—Ha sido sin querer. Se me ha escapado. —Ella retoma el paso y sigue huyendo hacia la orilla.

—Pues a mí me ha gustado.

Mis palabras se quedan en el aire. Bibi no lo repite y yo la miro sonriente. Dejamos todas nuestras pertenencias en la arena, encima de las toallas extendidas y la miro contemplar el atardecer.

—Pequeñas princesas que pintan —expreso.

—Sí. Eso estaba pensando. Está el cielo precioso.

—Tú sí que estás preciosa. —Bibi aparta la vista del horizonte y la centra en mí.

—Bueno... ¿y ahora?, ¿qué hacemos, según tú?

—Ahora nos desnudamos y nos bañamos.

—Estás como una regadera. Alguien nos podría ver.

—Tú misma has dicho que quién en su sano juicio iba a venir hasta este lugar a esta hora y pasar por todas esas rocas para bañarse aquí.

—Tú y yo lo hemos hecho, así que... Puede haber gente igual de mal de la cabeza que nosotros.

—De eso estoy seguro. Venga.

Sé que desnudarnos y mirarnos va a ser mucho más complicado que nada en el mundo. Bibi quiere ocultar sus marcas, aunque yo ya las haya visto. Lo cierto es que no sé cómo es su cuerpo completamente desnudo, al igual que ella tampoco sabe cómo es el mío. No sabe de mis... En fin. Creo que es un buen momento para descubrirlo. Me quito la camiseta que llevo y los ojos de Bibi se quedan ensimismados en mi torso.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now