Capítulo 12: Solos. Otra vez

1.6K 148 11
                                    

Llegamos al recinto cada uno en su coche. Así que salimos juntos del parking hacia las instalaciones. Ambos caminos en silencio con un espacio bastante respetable. Cualquiera podría decir que no hemos venido del mismo sitio. En realidad lo prefiero. Me gusta así. Me gusta que solo Bibi y yo sepamos qué hemos hecho y a dónde hemos ido. Me gusta tener secretos que sean solo nuestros. La he mirado un par de veces mientras caminamos y ella parece ignorarme. Su mirada al frente se muestra indiferente. He dejado de mirarla porque temo estar intimidándola. No lo sé. Nos dirigimos hacia la zona de los restaurantes. Comienzo a ver ya al resto del equipo sentados en las sillas junto a una mesa. Sorprendentemente, Bibi no se separa de mí. Lo cual me hace pensar que tal vez ella esté cómoda así: sabiendo que no pasa nada si nos ven juntos. Y eso puede ser por dos razones: la primera, porque le importo una soberana mierda y, la segunda, porque se siente bien conmigo y no tiene vergüenza de que el resto lo noten. Llegamos a la altura de ellos y les saludamos a todos. Nosotros aún nos mantenemos de pie. Pronto me llaman la atención:

—¿A dónde se supone que has ido? —pregunta acusadora Fátima y me tenso.

—¿Por qué? —pregunto sabiendo que el resto de compañeros y Bibi me están escuchando. Dudo un poco si preguntar aquello porque no sé cómo o qué me van a responder.

—Jorge ha estado aquí. Tenías que estar con el fisio y el médico a que te mirasen esa mano y te fuiste —dice Miguel.

—¡Mierda...! Cierto... Se me ha pasado.

—Si te fuiste volando. Ni tiempo me dio a decirte nada —expone Sergio.

—No pasa nada, iré a hablar con él y listo.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —pregunta Bibi ajena a lo que se refieren.

—El bruto... Nos pusimos a jugar en aquella cancha de allí y entre una cosa y otra... pum... al suelo y ha apoyado mal la mano derecha —responde Juan.

No me apetece que Bibi lo sepa. No me apetece porque he estado cargando y descargando la moto sin ayuda suya y estoy seguro de que procederá en algún momento a regañarme o a decirme que estoy loco o a expresar su descontento respecto a que la ayudase.

—¿Por qué no me has dicho nada? —pregunta molesta.

Lo sabía. Sabía que se pondría así. Pues Bibi... Mira... No te lo dije porque no esperaba que me llamases. Lo cierto es que no esperaba en absoluto que quisieras mi ayuda justo después de decirme que ni por asomo la querías y claro... Me llamaste y yo estaba tomando un zumo de naranja esperando a que me atendiesen la mano. Y se me olvidó. Me llamaste y se me olvidó el dolor de la mano. ¿Qué te digo?

—No sabía que tenía que decírtelo —contesto.

Bien Gus. Puedes ser un poco más cretino, si te apetece.

—¿Y vosotros de dónde venís? —pregunta Fátima nuevamente. Empieza a no gustarme el tono en el que lo dice. Empieza a no gustarme que se tenga que meter en mi vida.

—Estáis hoy todos especialmente preguntones y cotillas. —Me río y le toco nariz con el dedo. No quiero que Fátima se moleste conmigo, no quiero que ninguno lo haga y no quiero que Bibi sea expuesta como la implicada—. Me encontré a Bibi en el parking luego de ir a unos recados.

Digo aquellas palabras y Bibi me mira algo seria.

—Pues... lo que te iba diciendo... —Me mira extrañada porque no sabe qué se supone que yo le iba diciendo—. Si necesitas algo de ayuda con eso, nos la puedes pedir.

—¡Ah! Sí. Sin problema, Gus. Gracias. Ya tenía pensado pedirle a Sergio que me ayudase. —Ella sonríe ampliamente sin entender qué hago inventando un tema que nunca se ha dado.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora