Capítulo 36: No tocar, por favor

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Tengo la cara apoyada sobre el azulejo de la ducha. El agua cae, golpeando mi nuca y mi espalda. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan cansado. Tan cansado, aturdido, confuso y... excitado. Estoy frenético. Después de un partido siempre me ocurre igual. Todo mi cuerpo permanece en tensión. Sigue alterado. Como si no bastase con terminar el trabajo. He llegado a correr después de un partido o a entrenar por completo. No sería la primera vez que me voy directo al gimnasio a quemar toda la energía sobrante. Ganarle a Argentina nos posiciona en un buen lugar. Todavía tenemos que trabajar duro si queremos ganar este campeonato. Respiro hondo e intento permanecer tranquilo, pero me cuesta hoy más que nunca.

La imagen de Bibi esta tarde en aquella habitación aún revolotea en mi cabeza. ¿Por qué la deseo tantísimo? Sé que no es solo carnal. Sé que no es solo calor físico. Desde que me prohibió tocarla, más ganas tengo de hacerlo. No es vanidad ni ego ni superioridad. Quiero tocarla porque me hace sentir bien el tacto de su piel. Me apetece abrazarla cuando estoy cansado, me nace querer apoyarme en ella y tengo la necesidad de que ella también sienta ganas de apoyarse en mí. Ser parte de su vida, que me integre como un pilar fuerte... ¡Puff...! ¡Joder...! ¿Qué estoy diciendo? La conozco de... ¿cuánto? Ya he perdido la cuenta. ¿Ocho?, ¿nueve días?

Coloco las manos sobre mi cabeza. ¿Qué me pasa? He dejado correr el agua. Lo necesito. Necesito inundarme por completo. No quiero pensar. No quiero hacerlo. No. En cuanto lo hago todo gira alrededor de ella. Su rostro. Su cuerpo. ¡Joder! Su cuerpo. La vi en la ducha. La miré por completo. Me sé su figura entera por detrás. Su espalda. He memorizado cada cicatriz que tiene. Quiero saberlo. Quiero conocerla por completo. ¿Cómo se las hizo? ¿Qué pasó? Deseo verla de frente. Desnuda. Ante mí. ¡Joder! ¡Joder! ¡Ya basta! No puedo. Ni siquiera debo estar pensando en ello. ¿Qué cojones me pasa? No estoy pensando con la cabeza. No puedo sacarla de ella.

—¡Oye, venga! Que las tortugas marinas se quedan sin agua. ¡Piensa en ellas! —Grita Pol desde el exterior. Suerte que he echado la pequeña cortina que tienen.

—Ya voy. Tranquilo. —Corto el grifo. Sacudo mi pelo y deslizo la tela que nos separa. Alargo la mano hasta el poyete delantero y recojo la toalla mientras él se mete en la ducha con sus geles de coco y piña.

Me acerco hasta el banquito en el que he dejado la ropa y me seco el cuerpo poco a poco. Sigo ensimismado en mis pensamientos. Juan sale de la ducha y se coloca la toalla enredada en sus caderas. Está empapado en agua.

—Estrújate el pelo dentro de la ducha, que me lo estás poniendo todo mojado. —Bromea Sergio.

—¿Qué ha dicho el minions este? Disculpa, no me di cuenta de que para ti los charcos son piscinas. —Guarda sus geles afrutados en el neceser. Es incapaz de desprenderse de ellos.

Comparar a un chico que mide un metro noventa con unos pequeños personajes amarillos me sigue haciendo gracia. Los quince centímetros que le saca Juan a Sergio, realmente, no son tan perceptibles como alguien puede pensar. El tupé de Sergio acorta la distancia. Aunque me parece raro que la respuesta de Juan no haya sido que no es calvo y que es rapado por gusto. Me río entre dientes. Fran sale completamente desnudo de la ducha y se mete en la conversación.

—Luego dice que mide uno noventa. ¿Le han vuelto a medir? Este mintió en el currículum. —Carcajea.

—Tú sí que mentiste en el currículum. ¿No te da vergüenza engañar así a tu novia? Alto no significa grande en todo, al parecer. —Ataca Sergio.

—Caballo grande, ande o no ande, Sergio. No lo digo yo. Lo dice la ciencia —añade Juan, que últimamente está bastante investigador, al parecer.

Carcarjeo leve y no me puedo creer que otra vez estén con los mismo. Seco mis piernas una a una apoyándolas en el banco. Al menos me estoy distrayendo con sus disputas absurdas.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now