Capítulo 47: ¿Amor?

1.2K 98 5
                                    

Me miro frente al espejo y tengo dos opciones: salir gritando o aceptar esas pizzas en casa. Lo está haciendo adrede, de eso estoy segura. Nadie en su sano juicio saldría de esta guisa a la calle con la calor que hace en pleno día uno de agosto. Gus se mantiene sentado en el borde de la cama. ¿Ha hecho esto más a menudo?, ¿con alguna chica más? ¿De verdad las viste así? ¿Ellas lo aceptan? Le miro y frunzo el ceño.

—Dime que es broma.

—Ninguna broma. Si no quieres salir así tienes dos caminos: comer la pizza en casa o casarte conmigo ahora.

—¿Casarte contigo es el otro camino?

—Si la prensa nos ve juntos, no esperarás dejarme tirado, ¿no? Lo hago por ti. Preservo tu anonimato. Así todavía puedes tener tiempo pasar pensar si dejarme o no. —Sonríe.

—O sea que vestirme con una sudadera anchísima, unos pantalones talla enorme, una gorra y gafas de sol en pleno agosto para ti es cuidar de mí, ¿no?

—La sudadera es fresca. No tengo pantalones más pequeños en casa y lo he solucionado con el cinturón. No esperarás salir por ahí a comer pizzas con el uniforme. Si quieres vamos los dos con la identificación colgada del pecho.

—Lo del cinturón sigue sin haberlo arreglado. —Lo toco y lo recoloco.

—Siempre puedo utilizarlo para castigarte.

Gus dice aquellas palabras y mi cuerpo se hiela. Me quedo plantada en medio de la habitación mirando hacia él con los ojos abiertos de par en par. Creo que mis globos oculares se están saliendo. Estoy a punto de vomitar.

—Era una broma, Bibi. ¿Estás bien? —Se levanta y se acerca a mí.

—Perfectamente. Está bien. Saldré así. No creo que nadie nos vea.

Gus repasa mis movimientos y mira mis pupilas. Me está analizando, lo noto. No se ha quedado tranquilo. Sonrío tenue para disipar sus pensamientos. Estoy bien. No ha sido nada. Gus es un lugar seguro.

—Mido dos metros doce. Soy un jodido punto rojo en medio de la cuidad.

—Sí. Totalmente. Lo eres.

Gus vive en uno de los barrios más pijos de Madrid. Así que, por algún motivo, no nos alejamos demasiado de ese entorno. Aquí todo son pequeñas ciudades. Suponía que los pijos también tienen su pizzería de confianza, su supermercado de confianza o su lavandería de confianza... Salimos de su urbanización caminando. Uno al lado del otro. Parece normal. Normal si no fuese porque yo voy con una gorra, unas gafas y estas pintas. ¡Madre mía! ¿Cuándo me he puesto yo esto? Él va demasiado tranquilo. Le echo un vistazo por encima. Está más que cómodo en este traje de incógnito.

Ceso un segundos de mis pensamientos y me doy cuenta de lo que estamos haciendo. Gus y yo estamos andando por la acera. Con el sol que hace. A medio día. Por Madrid. Tan normales. La gente se cruza y ni nos mira. La altura de Gus llama la atención pero no de una forma destacada. Y si alguien le reconoce, al menos, no lo dice.

—¿No se te hace raro caminar conmigo por la calle? Quiero decir...

—Creo que esto es lo más normal que he hecho en mucho tiempo, Bibi. —Me interrumpe.

Sonrío a media hasta. Las mejillas se me sonrojan por lo que él acababa de decir. Así que... Esto era, ¿no? Que te traten bien, te quieran y te valoren... Es esto. Le miro dulce y él me sonríe amplio. No veo sus ojos por culpa de las gafas y la visión que tengo de todo el paisaje es algo más bien dorada en una tostadora, pero me vale. Gus no aparta la vista de mí ni yo de él. Ay, Bibiana, hemos caído de lleno en su red, ¿verdad? El sol me ciega incluso con las gafas. Mirar hacia su cara tampoco es la postura más cómoda del mundo, pero puedo acostumbrarme. Estoy en uno de los momentos más bonitos de mi vida... ¡PUM! ¡Madre mía!

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now