Capítulo 61: Un amor de altura

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Pablo se mete en la cama y yo termino de colocar bien los cojines que he quitado al deshacerla. Camino hasta el filo del colchón y le sonrío esperando a que pronto caiga rendido luego de todo el juego que esta tarde ha realizado en el parque.

—¿Gus va a venir otro día? —Me sorprende con la pregunta.

—No creo, cariño. —Recojo la sábana y la doblo cerca de sus pies.

—¿Por qué? —Suena muy triste—. Creía que era tu amigo.

—Mm... Gus fue mi amigo durante un tiempo.

—¿Ahora ya no es tu amigo? —pregunta curioso.

—Pues... Mmm... No tanto.

—¿Por qué? ¿Os habéis peleado? Yo una vez me peleé con Alma en el colegio. No me dejó sitio para jugar y dejé de hablar con ella dos días. ¿Vas a dejar de hablarle a Gus dos días?

—Gus y yo no nos hemos peleado.

—¿Entonceeeees? —Alarga la pronunciación de la 'e' mientras deshincha sus pulmones. No le encuentra sentido a lo que le cuento. Me siento en el filo de la cama, junto a él.

—Pues... Es que los mayores a veces tienen muchas cosas que hacer. Y a veces tienes tanto que hacer que no puedes ver a tus amigos. Gus es un hombre muy ocupado.

—Yo no quiero ser mayor. Yo quiero ver siempre a mis amigos. Tú me dijiste que tenía que perdonar a Alma por lo que había hecho. Dijiste que ella lo hizo sin querer. Y volví a ser su amigo.

—Lo sé. Sé que dije eso.

—Y tú siempre dices que los padres de Alma están ocupados, como vosotros, pero nos vemos en el parque todos los días. ¿Por qué yo veo a Alma todos los días en el parque y tú no puedes ver a Gus? ¿A Gus no le gustan los parques?

—Quizás no. Quizás no le gusten los parques, pequeño. Es hora de dormir, ¿sí?

—Puedes quedar con Gus en la pista de baloncesto. Le gustará más eso que los parques.

—Claro. No se me había ocurrido. Probaré con eso. —Le miro sonriente.

—¡Bien! —Me sonríe pizpireta y yo acaricio su cabello—. No te pelees con Gus, ¿vale? Yo quiero que venga a verme todos los días. ¿Lo haces por mí? —Me mira con ojitos brillosos.

—Tienes todas tus camisetas firmadas por él. No seas caprichoso. —Le doy un pequeño golpe con el dedo índice en la punta de la nariz—. Venga. A dormir.

Me levanto del borde de la cama y me dirijo hasta la puerta.

—¿Y el beso de buenas noches?

Me giro sonriente, camino hasta él y beso su frente cuando me agacho. Le miro a los ojos y le sonrío. Regreso hacia la puerta sin decir nada más.

—¿Y la canción?

Abro los ojos más de la cuenta y le miro a la cara desde la salida. No me acordaba. O tal vez no he querido acordarme.

—¿No eres ya muy mayor para que te cante canciones antes de dormir?

—La cantas todas las noches. ¿Ayer era pequeño y hoy mayor? —Me enseña su dentadura mellada.

Este niño es capaz de volverme loca. A las personas que piensen que esas pequeñas criaturas son menos inteligentes que nosotros, debo decirles que es mentira. Estos niños son capaces de llegar a razonamientos que nosotros nunca hemos imaginado.

Me acuesto a su lado y él me abraza con ternura. Sentir sus manos en mi piel es justo lo que hace descansar el alma.

—¿Quién empieza?

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora