Capítulo 59: Opciones

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Tomar un vuelo es una de las cosas que siempre he temido. Desde hace ya muchos años, solo el hecho de imaginarme volando, me parecía una labor horrible. Me gusta tener los pies sobre la tierra. Me gusta poder correr libremente si en algún momento sucediese algún inconveniente. Estar en un supositorio de titanio, acero y aluminio con alas no es una de mis acciones favoritas, pero está bien. Debo hacerlo. Después de todo lo que ha luchado por nosotros y por salir adelante, es lo mínimo que se merece. Es lo mínimo, sí. Tengo la enorme suerte de que la vida lo pusiese delante de mí. La tengo. Lo sé. Él apareció en el mejor momento. Él ayudó demasiado a iluminar nuestras vidas de nuevo. Tomo aire y sigo deslizando el teléfono móvil. Estoy cansada. Nos hemos levantado bastante temprano para realizar este vuelo. Todavía tengo las rodillas agarrotadas del viaje en coche hasta el aeropuerto. Suerte que llevo pocas maletas.

Intento seguir inmersa en las fotografías que salen en redes sociales. Me he metido desde el perfil de la empresa, como siempre hago. Reviso alguna que otra noticia novedosa sobre baloncesto, pero nada... No hay mucho rastro. Vuelvo a cerrar la aplicación y me paso a otra. Así hasta que encuentro alguna primicia de última hora. Pero hoy no. Hoy no veo nada nuevo. Bloqueo el móvil y le miro a los ojos. Marrones. Marrones profundos y llenos de vitalidad. Me sonríe comedido. Él es casi lo único que me llena el corazón. Me lo calienta y lo reconforta por momentos.

—Voy al servicio. —Le digo levantándome y recogiendo el bolso—. ¿Te quedas con Pablo?

—Sí. Cariño, ¿tú quieres ir al servicio antes del vuelo? —pregunta tocando los mofletes del pequeño. Este se niega y sigue jugando con su coche de madera—. Te esperamos aquí. No te preocupes.

Asiento tranquila y camino hasta los servicios del aeropuerto. Al echar un vistazo, me doy cuenta de la cantidad de vidas que se cruzan con la nuestras. Una familia con tres hijos se encuentra esperando el mismo vuelo que nosotros. Al otro lado de las bancas hay dos señores muy mayores que parece que han volado bastante más que yo. Se muestran tranquilos y concentrados en sus libros. ¿Qué harán cuando lleguen al destino?, ¿por qué motivo viajan hasta allí? Una mujer vestida con chaqueta y pantalón de traje trabaja todavía en su portátil. Seguro que es alguien importante. También parece haber viajado muchísimo más que yo. Sin embargo, a ella le da miedo. Quizás tanto miedo como a mí. Se ha tomado una pastilla para el mareo y otra para relajarse. Además, pidió una tila y la lleva en un vaso desechable. Agarro fuerte mi bolso y respiro hondo. Es solo un viaje. Solo tengo que ir hasta allí, concretar el negocio y listo. ¿Por qué estoy tan asustada?

Entro al servicio y siento una pequeña falta de aire. Debo calmarme. Tranquila, Bibi. Todo está bien. Respira hondo y no te descontroles. Tal vez deba pedirle una pastilla a aquella mujer trajeada. Me lavo las manos y me echo agua en la cara y en la nuca. Trago saliva y me miro en el espejo. Estoy bien. Estás bien, Bibi. Es solo un viaje. Lo necesitamos. Necesitamos hacerlo. Mis hombros se desplazan hasta estar relajados y vuelvo a agarrarme del asa del bolso que llevo cruzado para salir de allí. Lo hago sin mirar. Con prisa. Con el deseo de volver a sentarme junto a él y junto a Pablo. Lo hago, con tan mala suerte, que me choco con el torso de una persona. Pido disculpas, al igual que él, y doy un paso hacia delante antes de mirarle a la cara. Lo hago por unos segundos. Suficientes segundos para darme cuenta de quién es en realidad. Suficientes segundos para querer huir. ¿Ves? Gracias a tener los pies sobre la tierra, puedo salir corriendo en situaciones como esta. Me engancho aún más fuerte al bolso y aparto mi mirada de su rostro. Agacho la cabeza y doy otro paso al frente, hacia la salida.

—¿Bibi? —pregunta confundido. No quiero girarme. Sé que me he quedado quieta, pero no quiero girarme—. ¡Ey!, ¿Bibi? —Vuelve a preguntar y se acerca a mí.

Yo elevo la cara sin más remedio y le veo por completo. Trago saliva y allí está. Después de dos años. Después de dos años sin vernos en persona. Su tez morena, sus ojos marrones, su altura desproporcionada que le obliga a agachar la cabeza para entrar en el arco central del pasillo hacia los servicios.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora