Capítulo 34: Antideportiva

1.1K 111 12
                                    

Permanezco callado los minutos en los que Juan se ha ido a buscar su desayuno. La mesa por ahora está solitaria. Algunos de los guías han bajado al comedor y otros, al parecer, no. Desde que dejé anoche a Bibi en su habitación, no he vuelto a saber nada de ella. No es que esté especialmente preocupado, pero... ¿Por qué hizo eso?, ¿por qué me ocultó el fallecimiento de sus padres?, ¿por qué ocultar algo así? Continuo en silencio, jugueteando con la comida. Últimamente no tengo apetito. Últimamente me siento tan extraño, diferente. Algo en mí ha dejado de estar cómodo. Como si continuamente me estuviese zambullendo en un lago de cocodrilos. ¿Puedo parar?

—Come. Venga. Hoy tenemos partido y te diré una cosa, Gus, no voy a dejar que vayas a él hecho un desastre. Te animas y te pones contento.

—Estoy normal. Bien.

—¿Bien? —Juan eleva el tono—. Me juego lo que haga falta a que has estado toda la noche casi sin dormir. Has pensado en lo de Bibi, ¿verdad?

—¿Por qué Bibi tiene que salir en el noventa y ocho por ciento de nuestras conversaciones?

—Porque acabas de encontrar la horma de tu zapato.

—No creo que Bibi y yo nos parezcamos en nada.

—¡Oh! Sí que lo hacéis. Sois igual de testarudos. Igual de idiotas e igual de...

—No me quiso decir lo de sus padres. —Interrumpo su lista de adjetivos nada positivos.

—¿Te ha molestado eso? —El tono de Juan bajó a uno más comprensivo.

—No, en parte. Solo que... No sé. Me sorprende porque le pregunté por sus padres. De manera indirecta. No dijo nada. —Tomo aire y el silencio se instaura entre los dos—. Es que no puedo molestarme, Juan. ¿Sabes? No puedo hacerlo. No puedo porque no nos conocemos de nada. Ocho días. No son nada. Y en ocho días ella no tiene obligación de contarme nada privado suyo. Entonces, me siento mal. Porque yo no tengo derecho a molestarme ni a exigirle nada y, a la vez, me siento algo decepcionado por su mentira.

—Comprendo la dicotomía en la que estás. Y ahora que ya lo has soltado... ¿Por qué no vuelves a decirme que no te gusta Bibi? Anda... ¡Porfa! Repítelo, que me gusta cuando mientes. —Juan se ríe de mí en un tono jocoso para luego seguir desayunando como si nada.

Mi mano golpea el brazo de Juan y este se queja de un pequeño tortazo que le he propiciado. Sé que lo hace con toda la buena intención del mundo. Sé que no puedo decir que no me gusta Bibi. Sé que lo digo más a menudo de lo normal. Sé que miento. Yo lo tengo claro. Muy claro. Pero, ¿y ella? ¿Puede dejar Bibi de mentirse ya a sí misma?

—Y con el tema de tu madre, ¿qué tal? —prosigue Juan con su interrogatorio.

—Bien. Ya viste que bien. Mi madre es un sol de madre.

—Es una mujer increíble, sí. Se preocupa mucho por ti.

—Eso ya te lo he escuchado decir antes.

—Porque es la verdad, Gus. Yo sé que para ti tu familia es devoción, pero en este campeonato no lo estás demostrando. También sospecho que tu encierro con Bibi produce eso.

—¿Cuál encierro, Juan? —Agrando los ojos y elevo las cejas.

—Pues, Gus, el encierro. Te quedas ahí metido dentro de ti y no sales. No sales. Saca tus sentimientos. No te encierres. Lo que Bibi tiene para ofrecerte y lo que tú le puedes ofrecer a ella es algo bonito. Eso lo tengo muy claro. Haz las cosas bien. Tómatelo con calma, pero no te alejes. No quieras huir de ella. Tienes que abrirte y salir.

—Lo que va a salir de mi mano es un guantazo, Juan. Me estás calentando. —Lo digo serio, pero él sabe que estoy completamente de broma.

—Bueno. Bueno... Bestia parda... ¿Qué dijo tu madre de Bibi luego de que volvieses de su habitación?

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now