Capítulo 2: Gente rara

2.4K 202 40
                                    

No sé qué le ocurre pero casi está tartamudeando. Interpreto que se encuentra bastante nerviosa mientras nos da las explicaciones del campus. Miguel y Pol carcajean al fondo y siento la necesidad de decirles que paren. Comienzo a pensar que considera que sus risas están dirigidas hacia ella. Asiento y sonrío en varias ocasiones. Lo hago con la intención de mostrarle que la estamos atendiendo. Yo nunca he sido de hablar en público y, si ella es como yo, debe de estar pasando un trago horrible. No ha dejado de entrelazar sus dedos, los unos con los otros, en innumerables ocasiones desde que salimos de aquella nave gigante. Restriega sus manos sobre su pantalón negro y estoy casi seguro de que las tiene que sentir sudadas. Me suele ocurrir. Sobre todo si tengo que hacer entrevistas, subirme a recoger un premio o acciones parecidas.

Ha terminado su explicación sobre dónde están situadas las diferentes zonas de restaurante y comedor. Este complejo es enorme. Ni siquiera creo que nos dé tiempo a ir a todos esos maravillosos sitios con comidas multiculturales que han puesto. Al acabar, coloca nuevamente esa sonrisa en su cara. No sé si está incómoda. Realmente, me tensa pensar que pueda encontrarse así ante nosotros. Jorge también hace esfuerzos por mostrarle nuestro respeto. Ella solo está haciendo su trabajo. No tiene culpa de que estemos tan sumamente cansados que queramos que nos enseñe ya las habitaciones.

—¿Todo claro? —pregunta sonriendo, ya que ninguno hemos dicho nada cuando ha finalizado.

—Perfecto —alcanzo a decir yo para animarla.

—Como el agua —escucho a Miguel decir entre risas desde el fondo.

Ella arruga su sonrisa hacia su nariz, pestañea dos veces y nos sigue dirigiendo hacia lo que parece ser nuestro lugar de entreno. Aprovecho este rato largo caminando para retrasarme y colocarme a la altura de Miguel y Pol

—Oye, ya basta de risitas, ¿no? —Me atrevo a regañarles.

—Es este. No para de decirme bromas de cada sitio en el que nos paramos —apunta Pol a Miguel.

—Solo estamos comentando los lugares tan bien construidos que hay. Con un poco de suerte, se nos cae algún panel de esos mientras tomamos un zumo de piña en la terraza —afirma entre risas que son seguidas por las de Pol. Yo les sonrío, porque tienen razón. Algunos lugares no parecen muy seguros, pero no es como si no hubiésemos competido en sitios peores.

—Comportaos un poco. La muchacha se va a pensar que os reís de ella —aclaro a ambos.

Se muestran confusos y me niegan con la cabeza. Sé que no eran sus intenciones, pero la chica se ve más nerviosa de lo normal y yo parezco un hipocondríaco: llegando a sentirme igual que ella. Adelanto los pasos hasta ponerme a la cabeza, justo como antes. Jorge y Sergio están hablando con ella, preguntando por zonas de descanso y recreativas. Ha mirado el iPad mini que lleva entre sus manos y algo confusa les ha enseñado un mapa del recinto con varios colores. Me posiciono al lado de Sergio, algo alejado del grupo. Me quedo callado y sigo observando como ella da indicaciones a ambos situada en medio de los dos. Jorge no es un tipo alto. No es un tipo tan alto como el resto de nosotros, quiero decir. Mide un metro ochenta y tres. Sergio es nuestro jugador base más bajo. Si se puede llamar bajo a un hombre de metro noventa. Aún así, parece sentirse más arropada con ellos que de lo que estuvo conmigo a su lado. Mido dos metros doce. No soy el pívot más alto del equipo. Esa categoría la tiene Fran con sus dos metros dieciséis. Él está más retirado del grupo, casi a la altura de Miguel y Pol, y presiento que a ella le parece más bajo desde la distancia. Pienso en si debo alejarme algo más y resguardarme entre los compañeros en lugar de ir tan al frente. Justo cuando decido dar algún paso atrás para poner distancia, Jorge llama mi atención.

—Gus, tú entiendes de estas cosas. Ayúdala —dice mientras le veo señalar el iPad mini.

A Jorge le cuesta manejar el iPad Pro que le regalamos para los entrenos. Ya iba siendo hora de cambiar aquella pizarra antigua de bolígrafo por un utensilio mejor. Le encanta dibujar las jugadas en ella, sobre todo desde que le puse la imagen de la pista de baloncesto como fondo. Aún así, sigue sin entender bien cómo manejarla, a pesar de todas las horas que he pasado explicándoselo. No le culpo. No es porque Jorge sea torpe con las tecnologías. Tiene cincuenta y ocho años y me consta de sobra que cuando yo andaba en pañales, él ya utilizaba ordenadores. Simplemente, le cuesta amoldarse a otras cosas. Eso y que echa de menos su pizarra de bolígrafo negro y su borrador que embadurnaba todo de tinta.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now