Capítulo 23: Fragancias calientes

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Abro los ojos y los clavo en el techo. Revoloteo la vista por toda la habitación. Parpadeo un par de veces más y levanto el brazo. Miro la hora en mi reloj. Son la una y media del mediodía. Saboreo mi boca con mi propia lengua y me hayo pastosa y pegajosa. Mis ojos deambulan por toda la habitación. Es igual que mi habitación. Exactamente igual que mi habitación. Pero a la vez no es igual. Hay algo extraño. Entra más luz de lo habitual. Giro mi cara y me sigo fijando en cada pequeño detalle. En la mesita de noche no están los pendientes que Nur siempre deja olvidados. Su cama está demasiado echa y no me ha despertado. Hay cosas que no son mías por la habitación, pero tampoco recuerdo que sean de Nur.

Levanto la sábana con la que estoy tapada y me examino de arriba abajo. Estoy desnuda. No desnuda, desnuda; pero sí bastante desnuda, quiero decir. Llevo solamente mi ropa interior. Ni siquiera está conjuntada. Ni siquiera es una bonita. Cierro los ojos porque en todo caso de que lo estuviese no sé por qué debería importarme. Miro nuevamente mi cuerpo y levanto la vista hasta una camiseta de tirantes de la federación española. ¿Qué es eso? Yo no tengo eso. Yo no tengo esas camisetas.

—¡Ah! —pego un grito al darme cuenta de que este no es mi cuarto.

—¡Ah! ¡Joder! —Un eco se escucha desde el cuarto de baño, seguidamente de mi queja.

—¡Aaaah! —repito el grito alargándome más en las vocales por la sorpresa de escuchar a alguien más gritar allí dentro.

El cuerpo de Gus se asoma a la habitación. Lleva el pantalón corto de la federación y arriba tiene una camiseta blanca que ocupa todo su torso y tapa parte de sus brazos. Una de esas, que hace poco he aprendido que utilizan como calentadores. Las que son de tirantes me recuerdan a las camisetas interiores que alguna vez le vi a mi abuelo cuando íbamos de visita al pueblo. Me centro nuevamente en él y se dirige a mí.

—¿Ya te has despertado?

—Emm... Espero que no.

Me pellizco las manos poco a poco en repetidas ocasiones. Cada vez con más ahínco.

—¿Qué haces? —frunce el ceño.

—Es un sueño. Es un sueño. Es un sueño, es un sueño, es un sueño, es un sueño... —Cierro los ojos apretándolos con fuerza y pronunciando aquellas palabras como si fuesen un mantra—. Es un sueño como el beso. —Abro los ojos rápido y nada ha cambiado. Sigo en el mismo lugar con Gus mirándome a los pies de la cama.

—¿Como el beso? No te entiendo, Bibi.

—¿Qué es lo que ha pasado?

—¿Qué crees tú que ha pasado? —Lanza al aire.

Mis ojos se agrandan mirando su rostro. Me mantengo con mis pequeños dedos sobresaliendo por encima de la sábana. Todo mi cuerpo se tensa. Aprieto las piernas más de la cuenta y me percato de que le sigo mirando inmóvil.

—No —niego tajantemente—. No, no, no, no.

—¿No te acuerdas de nada de anoche? —Eleva una ceja.

—Gus... Yo... No lo sé. No tengo ni idea. Sé que salí con Thomas. Sé que bebí. Bebí bastante, porque yo no bebo y cualquier cosa es bastante para mí. Lo que no entiendo es qué narices hago yo en tu cuarto. Yo estaba con Thomas.
Sus ojos viajan por toda la habitación.

—¿Preferirías haberte despertado en la de Thomas? —pregunta ronco e indiferente.

—No. Preferiría estar en mi cuarto.

Hay un silencio que no parece ser quebrantado. Ambos nos miramos por segundos de más y yo vuelvo a hablar.

—Gus... ¿qué pasó anoche?

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now