Capítulo 3: Sentido de la orientación

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Cierro la puerta tras de mí y respiro hondo unos segundos con la espalda pegada a ella. Ha sido un completo sufrimiento. No recuerdo haberme sentido tan mal desde que tuve que actuar de río en la obra del colegio. Vestirme entera de azul y tumbarme en el suelo no fue pasar tan desapercibida como yo creía. Vuelvo a respirar y ahora me siento mucho más calmada. Ha sido un completo desastre, pero al menos ahora tengo un par de horas en las que puedo lamentarme yo sola antes de que me toque ir a comer con ellos.

—¡Ey! ¿Qué tal te ha ido? —Me sorprende Nur.

No esperaba que estuviese en la habitación. No me había fijado que había alguien más allí y eso que el cuarto es solo un cuadrado con una pequeña habitación con cuarto de aseo. Lo justo y necesario para dormir y hacer las necesidades. Camino hasta ella, que está tumbada en la cama más pegada a la ventana. Otra cosa que asignó ella misma. Al igual que los equipos. Antes de que pueda comenzar a hablar, suenan unos golpes en la puerta. Extiendo la cabeza hacia atrás mirando al techo y esperando que no sea ninguno de ellos. Bajo rápidamente la cara y noto tensarse mi cuello. Es el primer día y ya estoy hecha polvo... Abro los ojos de par en par y recuerdo que solo le he dicho cuál era mi habitación al chico ese tan alto, el que se llama... ¿G...?

—Quieres abrir ya... —me grita Nur aún tumbada.

Me dirijo hacia la puerta intentando recordar su nombre. Debería mirarlos en la ficha técnica, debería aprendérmelos ya todos y acabar con este sufrimiento que me supondrá conversar con ellos sin poder llamarlos por su nombre. Abro la puerta, de nuevo, y casi como un acto reflejo miro hacia arriba esperando que Ger o Ges o Gue, o como leches sea que me ha dicho que se llama, se encuentre al otro lado. Pero no hay nada. Nada de nada. No hay nada hacia donde yo miro. Bajo mis ojos todo lo que puedo y encuentro la cara de Candela casi a la altura del rodapiés. Al menos es como yo la comienzo a ver ahora. He pasado tanto tiempo mirando hacia arriba que mirar tan abajo me está causando dolor. Candela entra agachándose bajo mi brazo por el hueco que dejo entre mi cuerpo y la puerta.

—¿Cómo os ha ido? —Regresa a mí la pregunta que quiero evitar.

—¡Genial! —contesta eufórica Nur incorporándose en la cama.

Candela se sienta en la mía y yo cierro la puerta y las miro desde allí.

—He hecho el ridículo. Yo me voy —digo acercándome a ellas y quedándome de pie en medio de ambas—. Que yo no soy guía ni he estudiado turismo. Yo solo sé hablar idiomas y traducir... y tener conversaciones con las personas. Yo no soy secretaría ni cuidadora ni nada de eso.

—Relájate. Ha sido un primer contacto...

—Candela —interrumpo—, si yo no tengo sentido de la orientación. Le hago una foto al número de la calle del parking exterior del centro comercial porque nunca sé dónde pongo el coche. Les he tenido dando vueltas como una peonza. He hablado y sacado temas de los que no tengo ni idea solo para mantenerlos entretenidos. Estoy segura de que se han tenido que dar cuenta. Te lo digo yo. Estos tipos están ahora mismo meándose de la risa de mí. —Señalo mi pecho—. Nur —llamo su atención—. Nur, cámbiame el equipo. Aún estamos a tiempo —suplico.

—Imposible. Lo siento. Ni de broma. Le tengo echado el ojo a una ala-pívot preciosa y me ha dado su teléfono.

—¿¡Te ha dado su número!? —pregunta sorprendida Candela interesándose por el chisme.

Yo decido caer a peso plomo boca abajo en la cama y, aunque noto cómo Candela se asusta un poco, ellas siguen a lo suyo.

—Sí. Le dije que estaría bien tener el número de alguna para poder preguntarles dónde estaban si necesitaba contactar con ellas y fue la primera en ofrecerse. Lo cual quiere decir que...

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now