Capítulo 18: Personas anónimas

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No me apetece contestar la pregunta que Bibi ha lanzado. Así que me quedo callado sonriendo unos segundos. Nuestra conversación se corta cuando traen la carta y Bibi comienza a leerla de arriba abajo y de abajo arriba. Podría decir, incluso, que, en algún momento, la he visto leyendo en diagonal. Tal vez esté exagerando y solo esté fijándose en cada pequeño detalle de la carta. Es normal. Ella no se la sabe y yo sí. Mi pierna derecha no deja de temblar y pongo la mano encima de ella para intentar calmar mi nerviosismo. Que al parecer es como estoy... Nervioso. Aunque no tendría razones para estarlo. ¿Entiendes, Gus? No tienes razones. Solo es Bibi. ¡Has dormido con ella! ¡Esto es... es solo comer...! Además, la has traído aquí con la única intención de que Sergio no se meta con ella. No tienes nada por lo que temer.

Intento tener mi vista centrada en ella el menos tiempo posible, es difícil. Mantengo los ojos puestos en la pecera que queda colocada a mi izquierda, y a su derecha, por como nos hemos puesto. Arrasco con la mano derecha mi nuca y estiro un poco el cuello. ¡Estoy tensísimo! Entonces, vuelvo a mirarla y la veo demasiado atenta a la carta. ¡Un momento!, ¡un momento! ¿Y si Bibi es alérgica a algo y por eso está mirando cada ingrediente?

—¿Eres alérgica a algo? —pregunto en voz alta sin darme cuenta.

—Mmm... —Saca su cabeza por encima de la carta y me mira fijamente—. No. —Vuelve a esconder su rostro tras el ella.

—¿Entonces? —Elevo una ceja.

—Gus... —Se asoma—. Este sitio es... precioso y...

Un camarero aparece y deja una pequeña cesta con dos rodajas de pan con Aceite de Oliva Virgen Extra. Ambos le damos las gracias y Bibi vuelve su vista al plato. Yo sigo mirándola fijamente esperando a que termine la frase.

—Digo... que... es precioso, pero... ¿Cómo pretendes que coma algo de lo que hay aquí?

Cojo la carta y la abro por delante de mí.

—¿Qué le pasa a la carta? Tienen de todo... Pescado, carne... ¿Eres vegetariana?, ¿vegana? No. —Frunzo el ceño—. Te he visto comer solomillo en el buffet.

—Gus... Un vaso de agua vale cinco euros. —Señala la carta girándola hacia mí—. Yo... Si me la cuelan y le quitan las motitas de oro, mejor... —Sonríe amable.

Está incómoda, pero ella sonríe bonito. Lo que acaba de decir me provoca una carcajada inmensa y ella parece reír aún más.

—Voy a invitarte yo, Bibi. —Me atrevo a añadir.

Ella cierra la boca y niega con la cabeza.

—No puedo dejar que hagas eso.

—No creo que tengas mucha opción. —Elevo mis cejas.

—Un vaso de agua son cinco euros y una de estas tostadas... ¿cuánto vale una? —pregunta mirándome a los ojos después de haber señalado uno de los panes con AOVE.

Yo no puedo evitar seguir riéndome y siento muchísimo si ella va a entender que me río de ella. Nada más lejos de la realidad. Bibi me hace reír porque es ingeniosa. Porque nunca antes ninguna persona de las que traje aquí dijo algo como eso.

—Si te quedas más tranquila, podemos hacer una cosa... Tú pide tu vaso de agua. Yo pido comida y amablemente te digo que compartamos la mitad. Lo cual ya no sería invitarte, sino... ser generoso. Y, luego, si te apetece, me pagas tu parte de la cena, que serían los cinco euros del agua. Al pan te invitan.

—Es lo menos que pueden hacer. Un plato cuesta cincuenta euros. —Agranda los ojos más de lo normal.

Está extremadamente incómoda, aunque intenta disimularlo más de la cuenta. No logra expresar lo que siente. Es como... es como si quisiese agradarme incluso cuando quiere salir por patas de aquí. Y... realmente, no es algo que me parezca bueno. La siento como si siempre la hubiesen educado a pensar en los demás antes que en ella. Estoy seguro de que se pasará toda la cena pensando en qué dirá el camarero si ella se marcha o qué pensaré yo si lo hace.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now