Capítulo 37: ¿Tú quieres?

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Salir despavorida de la habitación de Gus, luego de lo ocurrido, no creo que haya sido la mejor de mis elecciones. ¿Por qué me fui sin mediar palabra? No lo sé. Creo que me asusté. No de él. No lo estoy. Al contrario. Extrañamente, me he sentido demasiado cómoda con él en esas circunstancias. ¡Ay, madre mía! ¡Estaba desnudo! Bueno... Miento. Desnudo no. Desnudo algo. O sea... ¡Ay! ¿Cómo ha pasado?, ¿cómo hemos llegado a eso tan rápido? ¡Nueve días! Conocer a alguien de nueve días no es conocer a alguien. Pero, cuando Gus me mira, yo siento como si él ya hubiese estado antes ahí. A mi lado. Como si estuviese más que justificado el apego que de repente empiezo a sentir por él. ¿Uno se puede enamorar de alguien en nueve días? Debería buscarlo en Internet. Con un poco de suerte, capaz me sale que mis síntomas son de alguna enfermedad altamente mortal. Zarandeo la cabeza y evito tener que buscarlo en Google.

Desciendo las escaleras de la planta alta del módulo mientras atuso el vestido marrón de Candela. La parte buena es que Gus no ha salido tras de mí para impedir que me marchase. Punto positivo para él por respetar mi espacio. La parte mala es que me está entrando una ansiedad que desconocía o que, al menos, hacía demasiado tiempo que no tenía. Llego hasta el pasillo bajo de este módulo y me dirijo hasta la habitación de Candela para hablar con ella. Pego varios golpes en la puerta pero nadie responde. Intento clamarme respirando hondo y expulsando con delicadeza todo el aire. Puedo conseguirlo. Claro que puedo. Bibi, tranquila. Estate bien. Ambas sabemos que Gus no tiene culpa de esto. La vergüenza de lo que acaba de pasar hace un momento me recorre por completo y, aunque trato de evitarla, no puedo creer que fuese yo la que le pidiese que se tocase. ¡Por favor, Bibi! Se te fue la cabeza por completo. Sigo sin saber cómo pudo ocurrir. Estábamos ardientes. Yo estaba ardiente. Quería abalanzarme sobre él y sentir sus enormes manos tocando toda mi piel. ¿Cómo puedo decir eso?, ¿cómo puedo pensar eso? Hacía tanto tiempo que no sentía esa necesidad, que me sorprende que alguien como Gus, tan alejado de mi prototipo de hombre, logre causar eso en mí.

Camino los pasos de regreso hasta la puerta del módulo. No había nadie en el cuarto de Candela. ¿A estas horas? Ya es raro. Cuando voy a salir por la puerta para que me dé el aire, me choco de frente con un metro cincuenta y seis de altura.

—¿Bibi? ¿Qué haces aquí? —pregunta Candela con su voz algo entrecortada.

—Venía a... Venía a...

—Yo te hacía en la fiesta de tu equipo. —Me interrumpe.

—Estaba allí. O sea, estoy allí —afirmo tranquila.

—No... —Frunce el ceño—. Estás en el módulo de las habitaciones. —Me toca la frente como si estuviese preocupada por mi memoria nuevamente.

—Sí. Claro. Lo que quiero decir es que voy otra vez.

—¿Y de dónde vienes? —Sus pupilas se agrandan más de la cuenta y se clavan en mi imagen.

—Venía del... de mi... cuarto. He ido un segundo. La verdad es que ya estaba cansada. No sabía si regresar a la habitación o volver a la fiesta.

—Si venías a devolverme el vestido, podías esperar a mañana. —Sonríe grande.

Le muestro toda mi caja de dientes y me quedo más tranquila. No, Candela. En realidad no venía a devolverte tu precioso vestido. Venía a decirte que la acabo de cagar. Que me he tocado delante de Gus y que he hecho que él se toque delante mí. Y lo peor de todo: que... que me ha encantado, Candela. ¡Maldita sea!

—¿Tú estás bien? —Sus dedos se enganchan a mi brazo.

Y antes de que pueda asentir y preguntarle qué hace ella fuera de su habitación a estas horas de la noche, la respuesta llega ipso facto. Carlos aparece con su tan distinguido pelo alborotado, aunque algo sorprendido de vernos allí. De verme a mí allí. Supongo.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora