Capítulo 30: Tomar valor

1.2K 115 14
                                    

Jamás he sido una persona celosa y sé de sobra que ahora no hay una excepción. El caso es que cada vez que Thomas habla con Bibi se me cierra la boca del estómago y me duelen las muelas de apretar tanto la mandíbula. No son celos. Es otra cosa. Al menos no celos de Thomas, de eso estoy seguro. Igual celos de su tiempo. Quiero compartir con Bibi todo el tiempo que pase aquí y no estar cerca de ella por un par de minutos me está costando. ¿Qué es esto?, ¿qué me pasa? Es como si me hubiesen hecho un amarre. ¡Un momento! ¿Un amarre? Nah... No veo yo a Bibi haciendo amarres ni nada de brujería de ese tipo. A Bibi no, pero ¿y Candela? ¡Puff! Candela tiene pinta de manejar esas cosas muy bien. Pequeñita pero matona.

El entrenamiento de hoy ha sido muy extraño. Extraño por el hecho de que Bibi no ha estado mucho tiempo con nosotros. Luego de verla en la cafetería, todo el equipo se condujo hasta este módulo para comenzar la preparación, pero ella fue bastantes pasos por delante de mí. Bibi es rara. Muy rara. ¿Cómo hace eso? Ha dormido conmigo. Ha venido a verme esta mañana. Ayer nos besamos. Y, sin embargo, es capaz de ser tan... distante. Tan fría. Tranquilo, Gus. No lo pienses. No pienses en eso. No pasa nada. Hay gente así. Bibi es así. Es más calmada. Más despacio. Tú también eres más tranquilo, pero ahora... Ahora se te está yendo de madre. Cierro los ojos y vuelvo a pensar en ella. Ha estado poco tiempo aquí. Desde que habló con Jorge no la he vuelto a ver. ¿Y si ha pasado algo?, ¿y si la han echado? Respiro hondo y pienso que no puedo ser así. No puedo. No puedo porque Bibi no es nada mío. No puedo porque Bibi tiene a Gaspar. Puede que no esté celoso de Thomas, pero el Gaspar ese me pone nervioso. Me pone nervioso porque no sé quién es. ¿Su novio?, ¿su amante?, ¿su mascota?, ¿el vecino que le tira los trastos? No tengo ni idea. ¡Joder! Y yo aún sin llamar a nadie. Si Juan se enterase...

—¿Preparado para mañana? —Me pregunta Fran que se está cambiando de camiseta sentado en el banquillo.

—Sí. Ya sabes cómo me pongo siempre con los partidos. Pero bien. ¿Y tú?

—Confío más en ti para el de mañana que en el primer partido.

—¿Por qué dices eso? —Le visualizo incrédulo y con los brazos cruzados bajo mi pectoral.

—No sé. Estás algo diferente. Más tú otra vez. En el primer partido estabas despistado. No sé dónde tenías la cabeza.

—Sí. Tienes razón. Me ocurrieron inconvenientes de última hora y no pude concentrarme.

—¿Inconvenientes familiares? —pregunta asustado.

—No. No. Nada familiar. Tampoco nada grave. Tonterías que a uno le entran por las fosas nasales y le llegan hasta la cabeza.

Fran me mira extrañado por lo que acabo de decir, pero no hay problema. Sé que no me entendería aunque quisiera.

—Por cierto, me gustaría que supieses que aquí nadie se ríe de lo ocurrido. Sé que a veces Miguel y Pol se pasan. Pero son... son ellos. Ya sabes. Son bromas sin gracia. Hablaré con ellos para que mejoren ese comportamiento un poco.

—Tranquilo. No tienes que hacer eso.

—Somos de los más mayores de aquí. Recuerda que tú ya eres un viejo. Te falta poco.

—¡Puff! No me lo recuerdes. A veces me veo patas de gallo.

—Siempre puedes maquillarte como Alejandro. —Sonríe Fran—. El corrector ese que se echa ya me tiene enamorado.

—Te tiene enamorado él, no mientas. A ti te gustan los mulatos con labios grandes. —Carcajeo con él.

—Una pena que le haya conocido después de llevar años en una relación con una mujer más blanca que Bibi.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now