Capítulo 55: ¿Curados?

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Hoy ni siquiera tenía ganas de levantarme. Luego de lo que había conocido de Gus, me parecía una mentira todos los momentos que habíamos vivido. Cierro los ojos y tomo aire profundo. Solo quedan dos días. Dos días más y todo habrá terminado. Hoy es el último entrenamiento al que asistiré. Mañana es la final contra Italia. Gus y Thomas se verán las caras en la pista. No creo que eso les salga bien. Si el resto de equipos han ido hacia él para hundirlo, no quiero imaginarme lo que puede hacer Thomas con las ganas que le tiene.

Camino hacia el comedor para desayunar y me alegro de que el entrenamiento sea por la mañana. Esta tarde podré descansar por completo. De hecho, debería visitar a Cynthia. Sí, debería hablar con ella y contarle todo lo que está pasando. Necesito saber cómo sigue de su corte y, sobre todo, cómo sigue del estómago. La última vez que la visitamos Candela y yo se encontraba fatal. Mientras camino ensimismada en mis pensamientos escucho la voz de Juan saludarme a la entrada.

—¡Ey! ¿Cómo estás? No te vi luego del partido y no he podido celebrarlo contigo.

—Felicidades, Juan. Me alegro muchísimo de que pudieseis pasar a la final.

—Gracias, Bibi. —Juan me inspecciona con la mirada—. ¿Todo bien?

—Pues... Mmm... Yo... —Intento buscar palabras para defenderme, pero estoy tan cansada que ni siquiera voy a intentar fingir.

—¿Te apetece si hablamos en el comedor y tomamos un café?

—Adelante.

Juan me guía hasta una mesa libre y nos sentamos el uno frente al otro antes de coger del buffet.

—¿Quieres que hablemos de algo en concreto? Porque algo te pasa. De eso estoy seguro. —Los ojos de Juan se clavan en los míos y siento que no puedo mentirle.

——Lo sé todo. Sé lo de su novia —admito sin miramientos.

—¿Lo sabes? —Juan frunce el ceño.

—Sí. Lo sé. Y tú lo sabías y no me dijiste nada.

—Bibi... Yo... ¿Qué podía decirte? No es algo que me incumbiese a mí. Debía ser Gus el que te lo comunicase. Además, eso forma ya parte de su pasado.

—¡Oh! Él ni siquiera me ha dicho nada. —Me molesto.

—¿Qué? ¿Y cómo te has enterado? —Juan arruga cada vez más y más su frente.

—Porque no soy idiota, Juan. Lo he visto yo misma. —Señalo mis ojos con mi dedo índice.

Las pupilas de Juan revolotean por todo el comedor. Está confuso. Creo que ahora mismo su estómago está completamente revuelto.

—No entiendo, Bibi. —Coloca la mano en alto para que haya un momento de tranquilidad—. ¿Lo has visto tú misma? —Acerca su cara a la mía.

—Sí. Ella está aquí —afirmo rotundo. No tengo miedo de expresar lo que sé. No tengo miedo de contarle todo aquello que he descubierto. Hoy mismo se lo diré a Gus y todo llegará a su fin.

—¿Aquí? ¿Qué dices? —Juan casi se coloca de pie del susto que le ha entrado.

—Lo que te digo. La he visto yo misma, Juan.

—¿Gus lo sabe?

—¡Claro que lo sabe! Él mismo la ha abrazado.

—¿Que él mismo quéeeee? No te creo, Bibi.

—Tal como te lo cuento, Juan.

Él coloca su mano sobre su boca y se queda con los ojos abiertos de par en par por demasiado tiempo.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now