Capítulo 39: Sin paracaídas

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No sé bien qué estoy haciendo conduciendo el coche de Gus. Es una locura. Es un maldito deportivo. Cuatro asientos. El morro es como cuando alguien te da un beso mojado en los labios: excitante, bonito, elegante y sensual. ¿Para qué quiere este coche? ¿Qué ha pasado con el Range Rover?

—¿Qué modelo es? —Me lanzo a preguntar cuando ya llevamos un buen rato en camino.

—Es un Porsche.

—Que es un Porsche lo sé desde que he visto la llave.

—Un Porsche Panamera Turbo S Sport Turismo en color Cobre Ruby. ¿Mejor así? —Tuerce la cabeza.

Me río escandalosamente sin dejar de mirar la carretera. No le veo, pero sé que está frunciendo el ceño y tratando de comprender mi motivo de risa.

—¿¡Cobre Ruby!? ¿Así es cómo os mienten a los multimillonarios? Es naranja, Gus.

—No es naranja. —Me mira algo ofendido.

—Es naranja. El exterior es naranja, parte de los asientos es naranja y hasta lo que lleva la llave es naranja. Te pongas como te pongas. Es naranja con negro y gris por dentro.

—No es gris sin más. Es cuero en negro y gris Ágata.

Elevo las cejas y no puedo evitar reírme más fuerte. Desearía no estar conduciendo para poder mirarle a la cara y sentir que está ofendido porque no me sepa los colores inventados de una marca ultra cara de coches.

—¿Qué leches es gris Ágata, Gus? —Me río sin poder evitarlo—. Es un maldito cuero gris y negro normal.

—No discutiré contigo sobre la gama de colores. —Mira hacia la carretera y, en un pequeño vistazo, veo cómo le sobresale una sonrisa de lado.

—¿Y cuánto te ha costado? —Me muerdo el labio sabiendo que esto que llevo entre mis manos es un pastizal.

—Dinero. —Comenta por lo bajito.

—Me alegro de que ya se dejase de pagar con sal e intercambio de gallinas. Di cuánto. No me voy a sorprender.

—No te vas a sorprender, me vas a criticar.

—Ya te critico en mi día a día, Gus. —Sonrío dulce—. Nada nuevo.

—Te doy un rango. Más de ciento ochenta mil y menos de un millón.

Suspiro risueña.

—Ni tres casas de mi barrio juntas cuestan eso. Una locura. ¿Para qué tanto? Solo te lleva a sitios.

Me mira por unos segundos y de repente le veo pulsando un botón y el techo comienza a abrirse en una pequeña ventana.

—Es coña. —Elevo la vista por un instante.

Noto el frescor de la tarde que ya se va perdiendo y la luz entra aún más en el habitáculo.

—El techo es panorámico. —Me sonríe amplio, conforme con su compra solo por eso. Como si una pequeña ventana en el techo justificase más que de sobra el dineral que se ha gastado en un trozo de metal con ruedas.

—El techo de mi coche también es panorámico. Cuando llueve se le cuelan unas goteras que da gusto. Deberías verlo.

—Deja de compararte conmigo —Sonríe. Le ha hecho gracia mi comentario. Es gracioso. Sí. Es gracioso que un coche se rompa a pedazos. Lo es, sobre todo, si no es el tuyo.

—No. No. Si no lo hago. Para poder compararse hay que estar en el mismo nivel, como poco.

—No soy un derrochador. —Se justifica.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now