Capítulo 21: Módulo tres

1.3K 130 4
                                    

Tengo el iPad colocado en las rodillas y estoy sentada en una de las gradas más bajas, pegada a la cancha en la que tienen que entrenar. Gus sabía de sobra que no tenía ni idea de baloncesto. Le quedó bastante claro antes cuando me vio entrenar. Con un poco de suerte no lo dirá a los organizadores y no me expulsarán de un trabajo por mentir en el formulario. Además, mentir mentir... no mentí. He visto muchos partidos de baloncesto en este poco tiempo. Una pelota naranja, cinco personas en cada equipo, dos canastas, saltan, tocan el balón con las manos... No debe de ser tan difícil o, al menos, eso pensaba antes de ver lo que estoy viendo.

Todos los jugadores están en los vestuarios y yo estoy acompañada de profesionales que planean al dedillo todo lo que harán hoy. Estiramientos, cuidados, prácticas y demás... Es increíble lo organizada y controlada que está la vida de un jugador profesional en el plano del trabajo. Porque a veces, a mí, se me olvida que ellos trabajan. Evidentemente, hay trabajos mucho más sacrificados, pero este se me asemeja algo así. Ser jugador profesional de la categoría que sea y del deporte que sea parece unir el requisito de dar todo y más por el deporte, es como casarte, a veces roza la relación tóxica y ocupa gran parte de tu tiempo. Cuando les miro, no siento envidia en absoluto. Queda más que claro que hay una parte sumamente buena en todo esto, pero aún así... No creo que yo eligiese este tipo de vida. También puede ser que yo sea muy extraña.

Mauricio, uno de los preparadores físicos, me hace señas para que le ayude con unas pequeñas colchonetas. Fátima está con él y las están tendiendo en el contorno de la cancha. Dejo el iPad en mi asiento y me dirijo hacia ellos. Coloco varias colchonetas y achino los ojos. Es raro. Es muy raro todo esto. He visto otros entrenamientos y no suelen colocar colchonetas finas para que ellos estiren. Debo de ser bastante descarada en ello, porque Mauricio acaba por darme una explicación.

—Yoga y estiramientos. Para relajar la mente y el cuerpo. No todo es machacarse. —Me muestra su ortodoncia.

Asiento y sonrío de lado.

—Me encanta el yoga.

—¿Lo prácticas?

—Desde pequeña. Mi madre fue profesora de yoga durante muchísimos años, así que ahí estaba yo la primera en sus clases multitudinarias. Una vez llegó a realizar una en un polideportivo casi como esto.

—¿En serio?

—Sí. —sonreí al recordarlo.

Los jugadores comienzan a llegar y van posando sus pertenencias en los asientos, sonríen, se dicen alguna que otra payasada y se concentran.

—¿Te quieres unir? —me pregunta Fátima al haber oído mi conversación.

—Claro, únete —incita Mauricio.

Gus aparece de entre los últimos con el pelo mojado y una toalla secándose la cara. Va junto a Juan, ambos ya vestidos para el entrenamiento. Lleva la bolsa de deporte colgada de su brazo izquierdo y sostiene ahora la toalla con su mano derecha. Su visión se cruza con la mía en un instante y siento que todo mi cuerpo acaba de tambalear. Regreso la vista a Fátima y Mauricio.

—No, no. Mejor no. Gracias.

Recojo el iPad de mi asiento anterior y me acerco a Jorge. Ahora todos los jugadores están sentados escuchado las palabras que el seleccionador emite. Mañana se juega el primer partido y es algo bastante importante para ellos. Cuando les escucho hablar casi llego hasta a emocionarme. Se muestran como un equipo unido, una familia, un «todos para uno y uno para todos»... Como los mosqueteros, pero siendo muchos más que solo tres.

Juan me sonríe al verme allí colocada. Le devuelvo la sonrisa y pienso si Gus le ha dicho algo sobre anoche. Son amigos. Amiguísimos, parece ser. Justo cuando estoy pensando en todo aquello que él ha podido decirle a Juan, me deslizo hacia el exterior de mis pensamientos y la veo. Una mujer despampanante. Atlética. Tiene un corte bob de color chocolate precioso. Nos ha iluminado a todos desde que ha entrado. Reviso a mi alrededor y todos estamos pendientes de ella, como si una bombilla se acabase de encender en la oscuridad. Viene sonriendo desde la entrada. Sus brazos son como mis piernas. Bueno... Igual acabo de exagerar... pero está claro que es una mujer deportista. Está tallada sobre piedra preciosa. Es alta, al menos sus piernas lo son. Al menos más alta que yo, eso por supuesto. Puede alguien, por favor, decirme de dónde carajos sacan esta gente la altura. Yo he comido siempre. No he hecho deporte, pero la alimentación ha sido estupenda. ¿Por qué yo tengo que parecer un retaco aquí midiendo un metro sesenta y cinco? ¡Es la media de España! ¡Es lo  normal! ¡Maldita sea!

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora