Capítulo 32: Increíble

1.1K 114 13
                                    

Bibi parece incapaz de mirarme por mucho tiempo. Hace unos segundos que acabo de besarla y parece estar petrificada. ¿De verdad considera que puedo creer su repentina amnesia? Ni por asomo. La visualizo sin apartar mis ojos de su rostro. ¿Por qué hace esto?, ¿por lo de esta mañana?, ¿por verla desnuda? Trago saliva. Duro. Aún me cuesta acordarme de esa imagen. Su espalda. Su espalda está... Tomo aire. No puedo imaginar lo que debes doler eso.

—No vuelvas a hacerlo. —Sus ojos se ven taciturnos.

—¿Cómo? —pregunto algo asustado por la respuesta que espero.

Frunzo el ceño y Bibi aún no contesta. Me estiro más para parecer más alto, como si desde lejos no pudiese afectarme lo que ella está intentando decirme.

—He dicho que no quiero que vuelvas a besarme.

Parpadeo un par de veces. ¿Es esto una broma? Debe de serlo. Como la pérdida de memoria. Es mentira. No me la creo. No me la creo. No. No. Su mirada sigue clavada en la mía. ¿Lo está diciendo en serio? Me temo que sí. Mi rostro se vuelve más serio. No por que no entienda cuándo alguien me dice que no ni por que quiera obligar a alguien a besarme o ser besada por mí. Más bien, mi molestia reside en que no me la creo. Para nada. Noto su cuerpo cada vez que la beso. La primera vez estaba encendida en llamas. Lo sentí. Su respiración era nerviosa y su boca devoraba la mía. Esta vez igual. Sus labios se prestan a los míos. Abre su boca para besarme. Lo desea. Lo puedo ver en ella. ¿Y ahora dice esto?, ¿por qué?

—Está bien. Lo siento muchísimo. No volverá a pasar.

Ella asiente conforme. Es un acuerdo. Un acuerdo del que no estoy contento. No puedo dejar de mirarla. Me encantaría decirle que deje de actuar, que no la conozco pero sé que algo pasa cuando está a mi lado. Me gustaría decirle que no tiene que fingir, que quiero saberlo todo de ella, que me vuelve loco. Quiero que sepa que esto no es algo normal. No en mí. Yo no beso a las mujeres así como así. No lo hago. Ni siquiera me acercaría a una, en realidad. Respiro profundo.

—Bien. Mejor así. Mejor si no hay un contacto directo. No quiero que malinterpretes nada. Yo... Yo ahora mismo estoy con...

—Sin problema. —Interrumpo—. No te preocupes, Bibi. De verdad. No volveré a tocarte.

No volveré a tocarla si es lo que quiere. Esta vez lo digo y no he cruzado los dedos. Esta vez su rostro se hace más amargo. Más aún de lo que parecía estar. Su pecho se hincha y se deshincha despacio, como si intentase controlar su respiración. Yo ni siquiera sé cómo logro mantenerme de pie luego de lo que ha dicho. Arrugo los labios, como si fuese una sonrisa desanimada, y camino hacia la puerta. Antes de abrirla me giro y la miro. Su rostro sigue al mío. Me ve. Me ve irme y no va a decir nada.

—El azul de la camiseta te sienta fatal —añado.

—¿Es solo el color o es porque llevo la equipación de Italia con el nombre de Thomas por detrás?

Retiro varios pasos andados y voy hacia una de las taquillas que se encuentran en la habitación de este módulo. Rebusco entre las bolsas de la Federación por un pequeño laxo de tiempo. Saco una bolsa transparente y dentro hay una camiseta de mangas cortas que suelen llevar algunos empleados técnicos de nuestro equipo.

—Ya que no estás jugando al baloncesto, te puedes quitar esa que llevas y ponerte una como esta.

Me acerco a la camilla y se la dejo posada allí, sin rozar ni un poco de mi piel con la de ella.

—Mejor el rojo, ¿no? —pregunta irónica.

—Muchísimo mejor, por supuesto. Al menos esta va sin letras en la espalda.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora