Capítulo 5: Pie grande y piecito

1.9K 163 28
                                    

En estos momentos me encantaría aprender cómo se dice tierra, trágame en todos los idiomas y dialectos que hay en el mundo. Lo cierto es que no lo pensé. Si lo llego a pensar no soy capaz de entrar a ese cuarto de baño y de hacer lo que dice. Ni siquiera sé cómo entré en la ducha y logré cerrar el grifo para que parase de hacer ruido. Estaba asustada. En ese momento sí que creí que me echarían de allí. Llevo un día, menos, trabajando y ya me la he jugado dos veces. Si esto va a seguir siendo así, lo mejor es que yo misma coja mis cosas y me largue. Es la única manera de salir con dignidad. Si es que me queda algo después de lo que acaba de ocurrir.

Cuando me despedí de Juan, vi al fondo la figura de Concha antes de entrar al pasillo. Me metí corriendo dentro de la habitación con intención de pedirle a Gus que se saliese. Pero sabía que sería demasiado arriesgado, no tendríamos tiempo, así que hice aquello. Intuyo que Juan se daría cuenta de que aquella señora era Concha por la descripción que Nur y yo les hicimos. Deduzco que él la pararía antes de que cerrase la puerta y la sacaría de allí, pero lo cierto es que no he preguntado nada más desde que Gus y yo salimos de la habitación. Ambos hemos vuelto al módulo: él a su cuarto y yo al mío. Nur sigue acostada.

—¿Qué tal han ido esas duchas?

—Muy bien. Ya sabes... duchas.

—¿Vas a ir a comer con tu equipo? A mí la chica del femenino me ha dicho que las acompañe. —Sonríe de lado.

—No creo. Bajaré a esperar a Candela para ir a comer juntas.

Nur no dice nada más, a pesar de que mi blusa está parcialmente mojada. No pregunta por lo sucedido en el cuarto de su tía o si es que sucedió algo. Sé que la ha mirado y se ha escondido una risa aparentemente traviesa, pero supongo que no tiene tiempo para mucho, porque pronto comienza a arreglarse. Le cedo la tarjeta de la habitación de Concha y tiramos a suertes quién de las dos se queda con la tarjeta de la nuestra. Lo hará Nur. No porque le toque, sino porque acaba convenciéndome de que yo estaré con Candela y que a unas malas puedo esperar en su habitación. Le hago caso, en primer lugar, porque no quiero discutir con ella y, en segundo lugar, porque creo que tiene algo de razón.

Reviso la blusa en el espejo y me la quito. Sigue mojada. Bastante mojada. ¿Acabo de reírme al verla? Sí. Acabo de hacerlo. Acabo de pensar en lo sucedido y me he reído sin razón ninguna. No tengo nada que ocultar, sé que no le vi absolutamente nada, pero me acabo de reír como si sí lo hubiese hecho. Ni siquiera vi cómo es su torso sin camiseta. No vi absolutamente nada y me estoy arrepintiendo. Lo hago y me siento también mal por ello. Ahora mismo una Bibi que conozco de sobra me está diciendo que lo hice bien y otra Bibi, que es completamente nueva, me dice que pude haber mirado un poquito aunque fuese.

Busco una camiseta en el armario que sea algo decente y dejo la blusa secándose encima de la cama, esperando que esté seca cuando deba usarla para asistir al entrenamiento. Como es el horario de comida, intuyo que nadie me regañará si acudo de otra forma que no sea con el uniforme. Una vez me arreglo y me coloco bien la trenza, bajo las escaleras hasta la habitación de Candela. Tardan en abrirme un buen rato. De hecho, debo volver a pegar una vez más. No lo hacen e intuyo que ya se han ido al comedor. Regreso dos o tres pasos sobre los que he dado y al fondo, bajando las escaleras que yo he bajado antes, está Gus. Gus y el resto de integrantes del equipo. Una puerta se abre a mis espaldas.

—Bibi. Entra.

Escucho gritar. Gus y el resto clavan la mirada en mí y en aquel chico. No hago ningún gesto. Gus continúa andando como el resto y pronto desaparecen de mi vista. Yo me giro y camino hacia Carlos, que está algo despeinado y sin camiseta. Él me sonríe a media asta y me da paso al cuarto como si hubiese corrido una maratón.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now