Capítulo 13: Puedo hacerlo sola

1.5K 143 9
                                    

Estoy un poco cansada de tener que encontrármelo a cada segundo que pasa aquí. También estoy cansada de que me guste encontrármelo a cada segundo que pasa aquí. Maldito Gus. Sal de esta cabeza. ¿Los jugadores de baloncesto saben hacer amarres? Si no no me lo explico. Aunque supongo que a él no le hacen falta esas cosas. Su amarre: lo increíble que es. ¡Puaag! Suenas horriblemente moñas, Bibi.

Me fijo en su mano derecha, ahora está vendada y no puedo evitar preocuparme. Tal vez más de la cuenta. Posiblemente demasiado. Tanto así que de repente siento un nudo en el pecho y temo que el problema de su mano sea mucho peor de lo que él había dicho. Además, empiezo a sentirme culpable porque yo le hice subir y bajar una motocicleta.

—Te la han vendado —expreso algo alterada con los ojos muy fijos en su mano.

—No es nada. Precaución. Pero está perfecta. No me duele. Solo algo hinchada.

—¿Y podrás jugar? —Creo que empiezo a exagerar porque me he puesto la mano en el pecho y eso en mí significa que estoy especialmente asustada.

—Sí, puedo jugar a la perfección. —Sonríe amplio.

Maldito Gus. ¿Le encanta verme preocupada o qué? No deberías mostrarle tanta atención, Bibi. Esto ya lo hemos hablado muchas veces. Esto ya lo hemos hablado y seguimos igual, chica. Espabila.

—Me alegro entonces. —Me giro sin despedirme de él con intención de marcharme.

—¿Y tú qué hacías ahí? —pregunta siguiendo mis pasos mientras caminamos hacia la salida.

—Me han dado más datos vuestros que tengo que traducir.

—Puedo ayudarte con eso.

—¿Seguro? —Sonrío—. Tal vez Sergio me ayude mejor. —Dejo caer con intención de ver qué me dice, sobre todo después del desplante de esta mañana.

—Ya... No sé. Tal vez deberías seguir confiando en mí para ayudarte, como llevas haciendo estos días.

—A ti te molesta que le pida ayuda a Sergio, ¿cierto? —No dejo de caminar en línea recta sin mirarle.

—En absoluto. Si me tuviese que molestar algo, en todo caso, sería que no me la pidieses a mí.

—Nos conocemos de hace tres días, Gus —recalco parándome en seco.

—Creo que en tres días te he ayudado bastante como para que puedas confiar algo —admite sonriente.

—Puedo hacerlo sola, existe google. No necesito tu ayuda.

¿Qué se cree? Llevo toda la vida haciendo las cosas por cuenta propia, no necesito que venga un tipo de dos metros doce a querer arreglarme cada mísero problema que tengo. Se nota que no me conoce para nada, porque si me conociese sabría que me repatea que digan esas cosas y que hagan esas cosas.

—Sé que no te gusta que me ofrezca a ayudarte. Sé que te gusta la independencia en todos los aspectos, diría yo. No te ofrezco mi ayuda porque crea que no puedes hacerlo. Lo hago porque creo que juntos sería más fácil.

«Maldito Gus» es ya una frase que se me queda corta para expresar lo que este chico hace. ¿Cómo puede saber lo que pienso? ¿Los amarres provocan esos efectos secundarios?

—Gracias. Declino tu invitación. —Retomo la marcha y él lo hace conmigo.

—Está bien. Yo voy a estar en mi habitación porque me han mandado descanso y reposo. Si cambias de opinión soy el tipo que se hospeda en la 914 casi enfrente de la 913.

La 913 es mi habitación. Somos el módulo nueve, de los más alejados de la entrada y por eso estamos tan cerca de las zonas comunes y del parking. Bien, Gus. Lo tengo en cuenta, gracias. Antes me hago jugadora de baloncesto que pedirte ayuda, fíjate lo que te digo.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now