Capítulo 46: La teva cara al meu davant

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Jorge está dando la charla previa al partido. El vestuario está completo: equipo técnico incluido. Fátima está apoyada contra la puerta de salida y, aunque no la veo, sé que Bibi está justo detrás, en el exterior. Asentimos cuando Jorge termina y nos levantamos para realizar nuestro pequeño grito de esperanza. Sea lo que sea que eso signifique. Es como unirnos y mandar fuerza al universo o a todos esos elementos que pueden ayudarnos. Este partido es decisivo para saber si seremos primeros de grupo o segundos. Jugamos contra Eslovenia. Ya lo hemos hecho muchas veces. No nos cuesta trabajo acabar con ellos. Hemos estudiado demasiado bien sus tácticas. Relajo los hombros y me concentro. Vuelvo hasta el asiento del vestuario y comienzo a atarme bien los zapatos. La concentración es algo principal. El esfuerzo nace de ello. Y, aunque a veces pueda parecer que no, también es importante contar con el factor suerte. Bibi asoma su cuerpo y charla con Fátima y con Mauricio, los cuales están revisando algo en su iPad.

—Vamos a tope. Primeros de grupo, ¿sí? —Juan me mira sonriente mientras termino de colocarme los tenis.

—Sí —pronuncio algo más serio.

—Si tienes que presignarte, hazlo. De verdad. No pareces tener buena cara y me estás dando miedo.

Sonrío nervioso ante sus palabras.

—Estoy bien. Intentando concentrarme.

—Dame cinco minutos de desconcentración y vuelve a concentrarte luego —susurra cuando se agacha a mi lado.

—¿Qué? —Frunzo el ceño y arrugo la frente.

—¿Le gustó la tarta de tu abuela? —Eleva la mandíbula y sonríe contento. Se me escapa a mí también una sonrisa pícara al ver sus intenciones—. Dime la verdad. Porque si es que no, me voy a desilusionar con ella. ¡Eh!

—Le encantó —susurro aún más bajo.

—¿Solo le encantó? ¿Dijo algo más de la cita?

—Dijo que quería comer las tartas de mi abuela toda la vida. —Miro a Juan directamente a los ojos.

—¿Dijo explícitamente «toda la vida»? —susurra sorprendido.

—Sí, eso dijo —afirmo yo aún sentado y encorvado hacia él.

—Genial. —Eleva los vértices de los labios y se levanta.

—¿Estás contento? —Miro arriba hacia su cabeza, que está en las alturas.

—Más que contento, Gus. Más que contento... —Me pega dos golpes en la rodilla y camina hacia el exterior.

El resto de jugadores se ponen en pie y salimos hacia los pasillos. Bibi está esperando allí. Nosotros formamos el mismo círculo de siempre. Yo voy con la equipación y llevo puesta la camiseta de mangas cortas de la federación al cuello. Elevamos los brazos y nos apoyamos mentalmente. Nos posicionamos en la fina para la salida. Poco a poco van nombrándonos. Yo siempre el último. Respiro hondo. Juan sale antes de mí. Me coloco la camiseta, siempre segundos antes de salir a la cancha. Meto primero el brazo derecho y luego el izquierdo. Respiro hondo. Miro mis pies y mi nombre retumba ahí afuera. Los ojos se me van hasta el rostro de Bibi y sonrío algo sorprendido por mi movimiento. Ella me devuelve la sonrisa con el iPad entre sus manos. Parece que este nuevo gesto puede darme bastante suerte. Salgo. Nos posicionamos en la cancha. Suenan los himnos y comienza el partido.

Estamos en el tercer tiempo ya. Nuestro base va marcando las jugadas. Todo el primer tiempo y el segundo ha sido una delicia. Nos movemos con soltura. Tenemos demasiada presión, pero se puede conseguir. Vamos ganando con una distancia de diez puntos. No es difícil de alcanzar, pero algo es algo. Ellos son buenos y nosotros tenemos que medir bien nuestros ataques, recuperar más rebotes y anotar con mayor precisión. El descanso ha sido demencial. Jorge no ha parado de repasar y repasar tácticas. Los ojos ya me pinchaban. He estado poco tiempo en el banquillo y el sudor ya me tiene empapado.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now