Capítulo 58: La aceptación

1K 96 22
                                    

Anaïs Nin expuso en sus cartas a Henry Miller que el amor no era otra cosa más que la aceptación del otro, sea lo que el otro sea. Conocerla, aprender de sus miedos, entender su pasado y acompañarla en su presente ha sido uno de los componentes que me hizo aceptarla por completo. Sea lo que sea que eso signifique. Amar a una persona lleva consigo eso: reconocer al otro con sus virtudes y sus defectos. Desde que la conocí, en todos los días que duró la competición supe que podía aceptarla, que no me importaba lo duro o no que fuese aquello y que no dejaría que nuestra relación, o... nuestro intento de relación por aquel entonces, se disipase tan fácilmente.

Aprender a convivir con Bibi fue quizás una de las cosas que más me había costado realizar. Hacía demasiados años que no veía a una mujer de manera sexual ni sentimental. Por eso, que se fuese introduciendo en mi casa poco a poco, que durmiese conmigo más días de la cuenta y que su perfume estuviese por toda la casa me hizo volverme algo loco. Fueron cambios. Cambios muy difíciles de llevar, pero pudimos solventarlos. No hubo ni un solo día en el que pensase que no quería estar a su lado.

—¿Y si pongo también las chuletas? Somos muchos, ¡eh! —expresa Mariela, que está haciendo la barbacoa en mi jardín.

—¿Hago una ensalada también? Como entrante, que sea un poco fresco. —Bibi pregunta a todos mientras mi madre asiente pensando que sería buena idea.

—Yo he traído un par de piñas. ¡Podemos hacer una ensalada fresquita! —exclama Candela.

—¿Y mi pinche?, ¿puede dejar de beber tinto de verano? —Juan casi se atraganta con la bebida cuando Mariela le mira fijamente.

—Un compañero caído, amigo. Mi mujer me llama. —Juan me mira sonriente y a mí todavía me parece extraño que "su mujer", como él la llama, sea mi hermana.

—En tres segundos me van a llamar para que corte lechuga, no te preocupes —respondo pizpireta—. Uno. Dos. Y... tres...

—¡Gus! ¿Cortas la lechuga mientras yo pelo un par de zanahorias?

—A sus órdenes, mi señora.

Bibi me sonríe y entra en la casa con Candela, que de seguro meterá la piña en la ensalada. Mi madre y mi padre están descansando en las hamacas. Jorge me dijo que se pasaría para despedirnos. Respiro hondo. Despedirme. De todos. Todavía se me hace raro. Quizás esta vez más que nunca. Los ojos se me van hasta Juan, que ahora está junto a Mariela asistiéndola en la barbacoa. Ella es un as de eso. Me levanto y me acerco hasta la cocina. Candela ha desaparecido sospechosamente.

—¿Y Candela? —pregunto cuando llego a la encimera. Bibi está pelando zanahorias y cortándolas en pequeños trozos.

—Ha ido al baño. —Me contesta concentrada en su tarea.

Me posiciono detrás de ella. Alargo los brazos y rodeo su cintura hasta abrazarla. Agacho la cabeza y coloco mi cara en el hueco de su cuello. Absorbo su perfume y me quedo un rato ahí. Bibi cesa en su intento de cocinar y relaja los hombros a la vez que suspira.

—¿Estás bien? —susurro suave.

El silencio se apodera de la estancia. No, no está bien. No lo está del todo. Lo noto. Mi abrazo ha hecho que se relaje en toda esta burbuja de rapidez y ahora ha sentido el dolor de lo que está sucediendo. Parar es difícil. Darse cuenta de que tengo que irme esta noche la tiene preocupada. Saber que ella se viene conmigo es aún más doloroso. Cynthia no ha podido venir a comer con nosotros y sé que eso la tiene mal. Irse de su casa, irse de su zona, alejarse de su única familia... demasiado hiriente para ella.

—Estoy bien. —Sé que miente. Miente porque ha tardado demasiado tiempo en decirlo.

—Ey... —Giro su cuerpo para que me mire cara a cara—. Puedes decirme cómo te hace sentir todo esto. No voy a molestarme ni nada parecido.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now