Capítulo 24: Falta personal

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Las miradas de Bibi me obligan a estar bastante en tensión. Por momentos lamento de más que esté aquí. Cualquier tipo de distracción, me despistará de mi propósito. Llevo la equipación blanca puesta y en la mano la camiseta. Saludo a todos mis compañeros y nos posicionamos en un pequeño círculo uniendo los puños sobre nuestras cabezas. Juan dice sus pequeñas palabras para animarnos, siempre lo hace. Es el mejor en cuestiones de superación. A veces pienso que sin sus pequeños gritos, desde el banquillo, este equipo no tiraría. Respiro hondo para concentrarme y fijo mi mirada al suelo. Al suelo y a los pies de Bibi que está algo alejada de nosotros, pero sigue presente. Parte del equipo técnico ya ha salido fuera. Aquí dentro se mantienen los cámaras y algún que otro más. Está sola y me pregunto si nadie le ha dicho que debe salir.

Mantengo mi brazo en alto fijándome en sus zapatos cuando Juan tira de mi puño hacia abajo. Todos saltan y yo también lo hago. Es la mejor forma de destensarme antes de un partido. Canturrean cualquier canción nueva que se vuelve un mantra y un himno para nosotros y vuelvo a sentir mi respiración. Sebas, el delegado logístico, le está explicando a Bibi cosas que no puedo escuchar por la lejanía. Sé que nos señala y que ella asiente de más. Nos separamos y nos ponemos en una fila. Siempre en el mismo orden. Yo el último, por supuesto. Juan está delante de mí y se gira poco antes de que él tenga que salir. Me agarra la cabeza con sus dos manos y pega su frente a la mía.

—Concéntrate. Estás trabajando. Te quiero a tope ahí fuera. Eres nuestro capitán, Gus. No me vayas a joder. Por tus muertos.

Se vuelve bastante mal hablado en la previa a un partido. Le sonrío porque su coraje me hace ser más feliz. Me pongo la camiseta justo tres segundos antes de que me toque salir. Siempre entrando el brazo derecho primero y luego el segundo. Respiro y voy a correr hacia la cancha. Jamás. Jamás miro a nadie. Pero los ojos me llevan hasta la cara de Bibi y vuelvo a plantar la vista en el jodido suelo. ¡Joder, Gus! No la vayas a liar. Concéntrate. Respiro hondo y salgo ante el público.

El ruido de las gargantas de la gente y sus manos chocando es lo que más excitado puede ponerme en momentos como ese. La adrenalina sube sobre el cuerpo de todos nosotros y nos sentimos capaces de cualquier cosa, como superhéroes, como personas que se merecen más que el resto. Por unos segundos casi lo creo: casi creo que seamos eso. Eso y no simples personas que han tenido la suerte de hacer de su deporte favorito el trabajo de su sueños. Pero es trabajo. Es trabajo y eso mucha gente no lo entiende. Sé que en nuestra posición parecemos no estar capacitados para la queja. No quiero quejarme, por supuesto. Solo digo que: todo éxito que se preste a serlo, conlleva un sacrificio mayor. No todo el mundo ve eso.

Nos ponemos en filas en la cancha y nuestro himno suena el primero. Respiro hondo mientras la cámara nos graba. Cierro los ojos brevemente. Sé que algo va mal. Tengo ese presentimiento. Soy un hombre de energías y un hombre supersticioso. Trago saliva costoso. Algo está mal. En mí, creo. Cierro los ojos nuevamente. Estoy distraído. Demasiado distraído. A estas alturas del juego yo estaría más que valiente y confiado. Estaría frenético y enérgico y... no es así. No siento eso. Al contrario. Hay algo en mí que tambalea. Algo que me dificulta la acción. Algo en mi cuerpo está diferente, extraño. No sé qué es, pero desde que me he dado cuenta no dejo de pensar en ello.

—Gus, vamos. Concentrado, ¿vale?

Juan lo repite mientras suena el himno del equipo contrario, como si él notase también que algo no termina de complacerme. Respiro mirándole atento y asiento. Él me conoce. Él me ve desde fuera siempre. Él sabe que pasa algo. Mi cabeza no deja de pensar en ello incluso cuando pretendo no hacerlo. Estoy despistado y debo parar. Este juego y este partido necesitan de mí. Ellos necesitan de mí. Soy su capitán. El capitán más joven de la selección de baloncesto masculina. Me merezco esto. Me merezco esto y me lo digo todos los días. Sé que lo hago y debo demostrar el voto de confianza de todos ellos.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now