Capítulo 43: Queso y frambuesa

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Gus es el tipo de hombre que hace que no te des cuenta de lo que estás sintiendo hasta que de repente, ¡pum!, tienes su cepillo de dientes eléctrico colocado al lado del tuyo manual que compraste en un pack de tres. Así que sí. Supongo que yo también estoy cayendo en esta fase de «me está gustando más de la cuenta». ¿A cuántas chicas más les ha podido pasar? ¡Ni quiero saberlo! De seguro a muchas. Gus no pasa desapercibido. Gus llega y se instala poco a poco en alguna parte de tu cabeza, en alguna parte también de tu órgano vital y en alguna parte de todos sus vértices. El querer a Gus se hace metástasis y de repente lo encuentras en todo tu cuerpo. No sabes cómo ha llegado ahí, pero ahora ya no puedes hacer nada por impedir que se asiente. Quizás solo me queda contemplar. Contemplar cómo él avanza cada día más hacia mí. Cómo se va creando un sitio en mi vida. Solo contemplar y esperar a que luego no desocupe la estancia.

Suspiro lento. Venir a este paseo de los guías no era la mejor de las ideas. Pero Nur se empeñó y Candela se empeñó y hasta Carlos se empeñó. De repente, todos estaban pensando que realizar el tour que habían preparado para los guías no españoles sería una idea genial. Yo, como siempre, me dejé arrastrar por la corriente y accedí. Accedí porque hacía cuestión de horas que había realizado unas dominadas a horcadas sobre Gus. Y, perdón, no soy de piedra. Abrir mis piernas y notar el cuerpo de Gus mientras me agarraba en su cuello me hizo mella. No podía ni verlo. El instinto más animal que reconocía había resurgido de sus cenizas y me estaba pidiendo a gritos que todo mi cuerpo se rozase contra el suyo. ¡Madre mía! ¡Yo! ¿Cuándo he hablado yo así? ¿Cuándo he deseado yo tanto el cuerpo de alguien?

—¡Ey! Concéntrate que están pasando lista y tú eres de las primeras. —Me golpea Candela con el codo.

—¿Bibiana Álvarez Díaz?

—Presente —pronuncio levantando la mano.

Haber tenido que salir corriendo del comedor y dejar a Gus allí sentado no ha sido una de las grandes hazañas del día de hoy. Al menos, él no parecía demasiado contento con que no dejase que acabase su última frase. ¡Odio a Candela! ¿Por qué tuvo que interrumpirnos? ¡Ah, sí! Porque teníamos que coger el maldito bus para salir del recinto hacia Madrid para ver lo que ya veo ¡todos los días! Respiro hondo y el guía supremo sigue pasando lista para asegurarse de que estemos todos. El calor de Madrid en pleno verano me está abrasando. Suerte que decidí echar en la maleta una camiseta de mangas cortas y un short vaquero. Nur es la más precavida y ha traído un pequeño ventilador que funciona a pilas. Estoy deseando que se encapriche de algo y se distraiga para poder robárselo. Resoplo y me coloco bajo la pequeña sombra de uno de los edificios de la Puerta del Sol. Creo que voy a derretirme.

—Oye, quería decirte que siento mucho haber interrumpido tu conversación con Gus. Sé que no debí hacerlo —susurra Candela.

—No estaba siendo nada importante.

—¿Nada importante? Gus parecía preocupado.

—No. En absoluto. Solo se estaba disculpando. —Me mantuve con los brazos cruzados.

—Disculpando, ¿por qué? —Candela frunce del ceño.

—Salió del entreno antes de tiempo. Tuve que ayudarle con un ejercicio... Bueno, Jorge me mando a ayudarle con un ejercicio y... pues... Se disculpó conmigo por lo que Jorge había hecho.

—¿Y eso por qué? —Si frunce más el ceño las cejas le van a quedar de zapatos.

—Estás muy preguntona hoy, ¿no? —La miro de lado.

—Y tú siempre muy calladita.

Nur se acerca a nosotras algo cansada. El guía supremo comienza sus charletas sobre los lugares más especiales de Madrid y a mí me dan ganas de salir corriendo. ¿A quién se le ha ocurrido la brillante idea de salir a turistear a las cuatro y media del día? Me va a dar una insolación.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora