Capítulo 50: Correr el riesgo

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Son las siete de la tarde y Juan ya está realizando sus manías sobre la suerte. No es que yo no las tenga, pero al menos las mías son pocas y las hago brevemente antes de entrar a la cancha. Respiro hondo sentado en el vestuario. El día de ayer fue una locura. Esta noche no he descansado demasiado. Intuyo que las palabras de Bibi, sus preguntas tan raras y su comportamiento extraño no me han ayudado demasiado a estar completamente concentrado en el juego.

—Hoy tenemos que ganarle a Estados Unidos, ¿de acuerdo? —Juan se acerca a mí.

Sonrío tranquilo.

—Lo dices como si estuviese en mi mano el poder decidir simplemente quién gana y quién pierde.

—Más o menos. Tu concentración sí que está en tu mano.

—Ayer me tocaste un poco las partes bajas —susurro.

—Es para demostrarte que si te importa alguien, debes ir a por esa persona, Gus.

—¿Acaso he abandonado yo a alguien?

—No exactamente. Pero no deberías dejar ni el más mínimo hueco. —Me mira contento.

—Eso es de tóxico. No necesito tenerla al lado todo el día para dejar claro que no hay huecos.

—Thomas se acerca mucho a ella. —Juan se sienta y me mira serio.

Respiro hondo. Lo sé. Sé que eso es demasiado arriesgado, pero confío de sobra en la inteligencia de Bibi. No se dejará timar por alguien de esas características.

—Ella es mayor de edad. Sabe protegerse a sí misma. No es necesario que yo esté encima como un guardaespaldas, Juan. Gracias por el consejo.

—¿Os peleasteis ayer?

—No. ¿Por qué lo dices?

—Porque ella está mal contigo.

—Ella no está mal conmigo. —Hago un mohín y permanezco en mi sitio.

—Gus, ¿cuándo fue la última vez que comprendiste el lenguaje no-verbal de una mujer?

—No está mal conmigo —repito.

—Hay algo... Créeme. Hay algo que le ronda esa cabeza. Soluciónalo.

—Ya lo hablamos anoche y no hay nada. —Pongo los ojos en blanco.

—Eso, querido amigo, es la mayor prueba de que hay algo.

—Eres un exagerado. —Niego con la cabeza.

—De exagerado nada. Les leo el pensamiento. Te recuerdo que tengo novia. Cuánto mayor es el silencio, más gorda la has liado en su cabeza.

—¡Ogg...! Lo que tú digas.

—Salgo a tomar el aire, ¿vienes?

—No. Voy mejor al servicio.

Juan se marcha de los vestuarios y quedamos pocos allí. Todavía faltan unos minutos para empezar el partido de cuartos contra Estados Unidos. Llevo puesta la camiseta de tirantes anchos blanca y el pantalón de la equipación al conjunto. Respiro hondo y salgo hasta los servicios. Camino por el pasillo hasta llegar a ellos y veo el recogido de moño de Bibi asomar por el final de este, cercano a la habitación con el pequeño vestidor en la que ya hemos estado otras veces. Está de espaldas a mí, jugueteando con su iPad. Miro a cada lado y no hay nadie. Todo vacío. Los sonidos de la afición se escuchan fuera en la cancha. Me dirijo hacia ella paulatina y silenciosamente. Atrapo su cuerpo por detrás y la introduzco en el aseo gracias a la puerta batiente.

—¿Qué haces? —pregunta sorprendida cuando ve mi reflejo en el espejo del servicio mientras coloco el pestillo.

Me giro hacia ella. Sujeto sus caderas y rodeo su cuerpo con mis manos. Ella aún está de espaldas a mí. Estoy algo encorvado para acercarme mejor a su cuello y respirar el olor de su piel.  Pego mi torso a su espalda y beso la parte de su cuello que queda libre gracias a la camiseta de España de la federación.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now