Capítulo 7: Maldito Gus

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A la hora requerida, bajo hasta el comedor asignado. Candela se ha sentado junto a las jugadoras de su equipo. Nur está también con su española diosa del Olimpo y Carlos... Carlos no está por ninguna parte así que intuyo que esa es una de las causas por las que Candela está sentada allí. Me saluda y me pide que cene junto a ella y un equipo de mujeres atléticas. Estoy a punto de decirle que sí, pero entonces Sergio se asoma por mi lado derecho y me pregunta si me quiero sentar con ellos. Acepto su oferta porque ya les hice un feo a medio día y dos seguidos... queda mal.

Escojo la comida que voy a cenar: una ensalada César que tiene muy buena pinta. Me siento en una de las mesas junto a Sergio, Fran, Fátima y otros jugadores y miembros del equipo de los que aún no me he aprendido correctamente sus nombres. Todos empezamos a cenar algo risueños hablando de las jugadas, de quién es peor o quién mejor, de sus vidas privadas... y entonces me doy cuenta de que Gus no está por ningún sitio. No está sentado tampoco en la mesa en la que está Jorge, el seleccionador; Pol y Juan. No me atrevo a preguntarles por no crear expectación donde no la hay o porque no parezca una intromisión en algo privado. Gus se fue molesto esta tarde, de eso estamos todos seguros. Su desaparición en la cena lo corrobora. O eso o es que él nunca cena.

Sé que me voy a quedar con la intriga si no pregunto por su paradero. Sergio comienza a hablar sobre su infancia y sobre la primera vez que jugó al baloncesto. Todos le escuchamos aunque sé que su historia va dirigida a mí, porque el resto parecen saber ya de sobra cómo fue. Es por ese motivo por el que presto aún más atención. Sergio es mono. Muy mono. Tiene un corte de cara llamativo y eso produce que me olvide lo que está contando... como ahora. Estoy segura de que debo de llevar ya largo rato asintiendo sin motivo. Cuando voy a recoger los platos para irme a la cama, Fátima hace la pregunta tan esperada. Un poco tarde Fátima, teniendo en cuenta que ya hemos cenado.

—¿Y Gus? ¿No piensa bajar a cenar?

—A mí me ha dicho que no. Se iba a dormir. Quiere descansar para coger un ritmo mejor. Cambiar su horario y eso.

—¿Qué fue lo que le dijiste para que se molestase? —se atreve a preguntar Fátima.

—No dije nada.

Fran me mira y todos los de la mesa lo hacen a tiempos dispares. Fran dijo algo, eso por supuesto. Y ese algo no debo saberlo yo o no debería. O tal vez tiene que ver conmigo. ¡Nah! No creo. Serán cosas antiguas de ellos. Yo carraspeo un poco y me levanto tal y como iba a hacer antes de las preguntas. Me despido de todos y dejo que realmente hablen ese tema entre ellos. No me meteré en historias que no me incumben ni me enteraré de hechos que no quieran contarme.

Me acerco a la mesa de Candela, que está ensimismada escuchando a una francesa contarle cómo se hace el cassoulet. Acabo interrumpiendo su conversación para informarle de que me iré a sobar la mona muy gustosamente. Candela asiente y se despide de mí. Luego me paso por la mesa de Nur e intuyo, desde lo lejos, que hice bien en irme porque Fátima y el resto parecen hablar inmiscuidos en una discusión en tono bajo. Nur me cede la tarjeta de la habitación y me dirijo hacia el módulo.

Entro por el pasillo de nuestras habitaciones y, cuando estoy en la puerta de mi cuarto, planeo levemente ir hacia la de Gus. Unas preguntas: un qué tal, cómo estás... Es mero interés y curiosidad. Sigo mirando fijamente su puerta y, cuando me giro, al fondo del pasillo aparece Fátima. Me sonríe desde lejos y me hago la remolona esperándola. Ella pasa por mi lado y me vuelve a dar las buenas noches. Sé de sobra a dónde va y por eso pongo la tarjeta, abro la puerta y entro en la habitación.

Me quedo con la espalda apoyada en la puerta. Me giro de perfil y coloco la oreja sobre ella. ¡Oh, vamos, Bibi! ¿Qué estás haciendo? No alcanzo a escuchar gran cosa. Unos golpes que creo que son de Fátima en la puerta de Gus, el sonido de la puerta abriéndose lentamente al rato de que ella la golpease y un cuchicheo que no consigo distinguir. Luego la puerta se cierra y no sé si Fátima ha entrado dentro o no. La única forma que tengo de comprobarlo es mirando en el pasillo. Lo hago. Me asomo brevemente y no hay nadie.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora