Capítulo 27: Casi lo mismo

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Ni siquiera puedo respirar. Ni siquiera me siento con capacidad para hacerlo. Es como si este beso me hubiese robado todo el aliento. ¿Qué he hecho?, ¿por qué me he lanzado?, ¿por qué le he besado de ese modo? ¡Ay, Bibi! Porque le deseas. Sí, le deseo. Pero no puede ser. Yo no puedo estar con mi espalda pegada a esta pared y con mis pies enganchados en su cuerpo. Gus no puede, no debe, sostenerme de ese modo. Y menos aquí. Aquí, en un hueco pequeño de las escaleras. Casi en mitad de un pasillo. No puede. Yo no puedo. No podemos dejar que nos vean de ese modo. ¿Qué has hecho, Bibi? Ya no hay forma de escapar. Ya no hay modo.
Los labios de Gus son tiernos y suaves. Creo que me voy a desmayar. No puedo estar tan nerviosa. Es solo un hombre, Bibi. Un hombre, como todos los que has conocido. Ya sabes qué pensamos nosotras de ellos. Pero... ¡Ay! Gus me mira. Me mira y yo ya no sé ni cómo me llamo. Y ahora todo su cuerpo está contra el mío y sus manos me tocan, agarrando cada parte de mí. Quiero abrazarle. Quiero hundir mi nariz en su cuello y absorber todo su olor. Porque su olor me apetece. Porque todo él me apetece. Pero no... No haré eso. Porque yo me prometí que ya no lo haría más.

—¿Quieres parar? —Me pregunta extrañado. Con su cuello muy alejado de mí, viéndome por completo.

Tengo que parar. Tengo que hacerlo, Gus. Lo siento. Lo siento muchísimo.

—Sí —pronunció tajante.

Gus me suelta con suma delicadeza. ¡Maldito seas, Gus! ¡Maldita sea tu altura! Me baja y me siento aún más pequeña de lo que normalmente soy. Es como si estar a su altura, frente a frente, boca a boca, me gustase demasiado. ¿Y ahora? Ahora tengo que volver a estirar el cuello para mirar sus ojos marrón profundo, que no marrón caca. Ya sabéis. Respiro profundo y me toco el pelo. Estoy algo nerviosa. Más de la cuenta. Lo va a notar. Se va a dar cuenta. Miro a cada lado y decido salir hacia el pasillo, paso por su lado como si me fuese indiferente. Pero, ¿qué estoy haciendo?

—Bibi, ¿qué estás haciendo?

Me paro en seco. Me giro y veo a Gus quieto en el pasillo con el ceño fruncido, con los hombros en alto y con las palmas de las manos hacia arriba. Completamente preguntándose qué leches estoy haciendo. He salido del hueco de la escalera sin despedirme, como si no hubiese sucedido absolutamente nada. Creo que acabo de parecerle una loca. Y con toda la razón del mundo.

—Voy al... cuarto. A descansar.

Gus me sonríe. Acabo de demostrarle que soy el ser más raro que conoce. Posiblemente, si le quedaba alguna duda de ello, acaba de disiparla por completo. Su posición ahora es más relajada y su sonrisa parece bastante verdadera. Me mira con ternura. ¡Atrás, Gus! ¡No te lo permitiré! No puedes mirarme con esa cara y esos ojos y esa boca... porque... porque me pareces encantador. ¡Y yo no quiero que me lo parezcas!

—Vale. —No deja de sonreír—. Pero... ¿Tú te has dado cuenta de lo que acaba de pasar? —Frunce el ceño y creo que quiere que conteste de verdad.

—Sí —contesto escueta.

—Bien. —Sus ojos se mueven por el pasillo algo dudoso—. Y, ¿por qué no te has despedido? Al menos, quiero decir.

—Yo... Yo... O sea. Sí, claro. Se me ha olvidado. Perdona. Pues... Me voy.

Se le escapa una risa sonora y tengo ganas de acercarme y machacarle las zonas bajas. ¿Se está riendo de mí? ¿Este chico quiere que le destroce toda la perfecta dentadura de dentista caro que lleva? Porque igual él no lo sabe, pero he dado defensa personal. Además de yoga. Estúpido.

—Gus —clava sus ojos en mí y espera a escuchar lo que tengo que decirle—, no vuelvas a preguntarme si quiero besarte, ¿de acuerdo? Dejemos esto tal y como está.

Un amor de alturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora