Capítulo 41: Fundirnos

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La presión en el pecho cada vez es más fuerte. Más profunda. Me llena por completo. Estoy sentada en la sala de espera del hospital. No me han dejado ver mucho tiempo a Cynthia. La están atendiendo. Ha recibido un golpe muy fuerte, pero no sé nada más. Lo poco que me han dicho es que están suturando con puntos un corte que se ha realizado a la altura del gemelo. Mis piernas no dejan de moverse en un tic nervioso. Arriba y abajo. Ella no ha parado de decirme que estaba bien y que no ha sido nada. Tengo el teléfono entre mis manos. No estoy segura de que la opción correcta sea llamar a Gus. No. Sé que intentó acompañarme, pero no me parece adecuado que venga aquí.

He preguntado por Gaspar y aún no me han dicho nada. Lo máximo que sé es que se ha acercado a Cynthia. Es lo poco que me ha contado ella. Extiendo las manos sobre mi rostro y, por más que intento cesar el movimiento, no puedo. Abro el teléfono móvil, entro en contactos y deslizo hasta la G. Ahí está. Gus Guell. El maldito Gus Guell, que no sale de mi cabeza. Respiro hondo. Debería decirle que todo está bien. Debería llamarle. Parecía asustado cuando me fui. Niego con la cabeza. Ojeo de nuevo la lista de contactos, deslizo más abajo y allí está. Su nombre parpadea como si fuese una señal. No lo pienso dos veces y pulso para llamar.

Los tonos suceden uno tras otro y estoy a punto de colgar arrepentida.

—¿Bibi? —preguntan al otro lado de la línea. Su voz es dulce y cariñosa como siempre. Mi silencio parece tensarla. —Bibi, ¿estás bien?

—Hola. —Alcanzo a decir nerviosa—. Disculpa que te llame a tu teléfono personal. Sé que quedamos en que solo sería para emergencias. Sé que la siguiente cita es dentro de dos semanas, pero no podía aguantar... Lo siento.

—No tienes que disculparte. Estoy segura de que si has llamado, es por algo urgente. Me pillas esperando una cita. Dime.

—Es Cynthia. Ha tenido un accidente. Se ha caído. Ella estaba en el trabajo, reponiendo los estantes de las bebidas del bar. Estaba... —Tartamudeo—. Estaba subida a una escalera. No sé mucho más. Solo que... Gaspar estaba allí.

—¿Allí con ella, dices? —Su pregunta me muestra toda su atención.

—Creo que permaneció en la puerta. No sé exactamente. No sé. Sé que Cynthia lo vio y, de la sorpresa, piso mal y se resbaló escalera abajo.

—¿Cómo está ella?

—Bien. No ha dejado de decirme que esté tranquila, pero no puedo. Se ha cortado a la altura del gemelo y están suturándola.

—Vale. Lo primero, Cynthia está bien. Me alegro. Lo segundo, deja de mover la pierna. —Esta mujer me conoce a la perfección. Coloco mi mano izquierda sobre la rodilla e intento disminuir el movimiento progresivamente—. Genial. Lo tercero, respira conmigo. ¿Vale? —Ella me va marcando el ritmo. Voy sintiéndome más calmada—. ¿Mejor?

—Sí. Mejor.

—La última vez que lo viste fue cuando salió la sentencia, ¿cierto?

—Sí. —Permanezco callada.

—Tú no lo has vuelto a ver ahora, ¿no? —Reelabora la pregunta.

—No. Yo no. Solo Cynthia. Se ha acercado a Cynthia. Esta es la segunda vez.

—¿Cuándo fue la primera?

—Pues... No sé. Hará cosa de ocho días. No sé. No sé. Yo estoy trabajando en lo de los Juegos Olímpicos. No estoy con ella. No sé cuánto tiempo puede llevar viéndola. —Hablo demasiado rápido.

—Lo sé. Lo sé. Recuerda la respiración. Céntrate en ella. —Eso hago.

—Mariela, estoy asustada. —Reconozco—. Si puede acercarse tanto a Cynthia... Si llega hasta ahí... —Sollozo y la pierna regresa a su movimiento incesante.

Un amor de alturaWhere stories live. Discover now