CAPITULO 7.

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Dhalia Ivanova

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Dhalia Ivanova.

Adriel se fue para México, así que comienzo a preparar todo para irme a Brasil. Tengo que terminar unos planos y luego unas reuniones, todo antes de irme. Leonardo me acompaña a todo lo que tengo que hacer sin moverse de mi lado, desde la inesperada aparición de Bárbara todos estamos alertas.

Doy la orden de reducir el personal por los días que no voy a estar. Mientras menos personas estén viendo a mi hija mucho mejor. Las sirvientas se reducen a tres nada más y una sola cocinara, los calabozos se cierran con llave y nadie tiene permiso a entrar, no me preocupa que se mueran de hambre. Emilia se queda con Alana y son tan solo cinco hombres los que me llevo para Brasil, los demás se quedan, entre ellos Iván.

Termino los planos y subo a mi habitación para comenzar a empacar. Necesito dejar todo listo con Alana, para poder irme con un mínimo de paz. No es mucho lo que guardo, tan solo tres conjuntos de práctica y tres mudas de ropa para pasar desapercibida entre los turistas. Leonardo ya tiene preparadas las armas, y los aparatos que vamos a necesitar.

Escucho unos pasos resonando en el pasillo, tan desiguales como la niña que entra montada en mis tacones de la ultima edición de Jimmy Choo. Siento mi corazón detenerse cuando veo las zapatillas que lucen como las de Cenicienta.

- Alana. -murmuro en un suspiro. - ¿Por qué esos?

Me da tanto dolor, aunque no tienen ninguna marca y parece que solo camino el pasillo de aquí arriba.

- Están lindos, ¿Verdad? -mueve la punta de su diminuto pie luciendo mis zapatillas.

- Si, pero ¿Tienes idea de cuánto cuestan?

Entrecierra los ojos en mi dirección algo que me parece muy propio de mis expresiones. Con la punta de su dedo se toca la barbilla.

- No... Pero deben ser caros. -mira sus pies muy orgullosa de habérselos puestos. - Me gusta...

La tomo de los brazos sacándola de los zapatos y agarrandolos para ponerlos en su sitio.

- Si quieres unos, te los voy a comprar para tu tamaño. Pero no te pongas mis zapatos si sabes que te puedes doblar un pie.

- No me caí. -miente. Miro su rodilla dónde tiene un raspón reciente y estoy segura que no lo tenía en la mañana. - Oh bueno, si me caí.

Bufo y alejo mis zapatos de ella. Camina hasta montarse en la cama por las minis escaleras y se sienta delante de la maleta a medio hacer.

- ¿Te vas?

Alzo la mirada de mi teléfono y la fijo en ella con cautela, ni a ella le gusta que me vaya, ni a mi me gusta dejarla.

- Tengo que hacer un viaje. Serán un par de días.

- ¿Puedo ir?

Suspiro y me giro para seguir metiendo cosas en la maleta antes de cerrarla.

- No. -le entrecierro los ojos y ella entiende que no hay negociación con eso. - Cuando regresa vamos a irnos de viaje, ¿Te parece?

Me asiente repetidas veces y sus ojos se iluminan.

- ¿A dónde quieres ir?

Acarició sus rizos dorados, y le acomodo la corona rosada que tiene. Recuerdo habérsela forjado cuando ella tenía como un año de edad.

- A una playa. -dice como de costumbre. - Con... Muchas playas, yyy con... -se queda en silencio. - Y con mantas, lo ví en una comiquita... ¡En la de Moana!

- Está bien, iremos a la isla de Moana entonces.

Me sonríe complacida y yo me limité a quedarme en la cama con ella un rato más. Se queda dormida no mucho tiempo después y yo comienzo en la búsqueda de la bendita playa de Moana.

Debería demandar a Disney por las expectativas que le pone a mi hija.

Tres horas más tarde encuentro que el tal "motu nui" es solo un pedazo de piedra en medio de un mar en Chile. Miro a Alana dormir plácidamente.

Mi hija se merece más eso.

Termino comprando boletos para La Polinesia Francesa, y me pongo en contacto con alguien que venda casas allá, mi hija no se va a quedar en cualquier hotel de segunda.

Cargo a Alana en brazos y salgo de la habitación luego de ponerle unos zapatos y agarrar dos suéteres. Me encuentro con Iván y Leonardo fuera de mi habitación.

- Aparten dos semanas después del viaje en mi agenda, hablenlo con Emilia. -ambos me asienten. - Iván te quedas con Alana apenas me vaya, no la pierdas de vista, nadie entra ni sale de mi casa después que yo cruce ese umbral. Nadie descansa, no me interesa que necesiten dormir, el león regreso y no lo quiero cerca de mi hija.

No me refutan y tampoco espero que lo hagan. Voy bajando las escaleras y consigo al pirata saliendo de la cocina con tres cajas de cereales las cuales son de mi hija y un vaso de chocolate. Lo miro con el ceño fruncido y él me sonríe en grande con sus típicos ojos miel achinados.

- Hooola. -me saluda como si no entiendo lo que dice.

- Viajaremos mañana, es mejor que no te vayas a morir. -mira lo que lleva y se encoge de hombros. - Necesito que después del viaje vayas a la Polinesia Francesa.

- ¿Para?

- Compré una casa y necesito que cierres el trato, te daré el dinero en efectivo, tres de mis hombres te acompañaran.

Me mira divertido.

- ¿Si sabes que existen los hoteles?

- Y supongo que sueles quedarte en hoteles de segunda.

- Los hoteles cinco estrellas son buenos.

- Para alguien que no tiene el suficiente dinero para comprarse una casa. -contraataco.

Se pone una mano en el pecho ofendido y yo lo imitó con ironía.

- Eres toda una metralleta mujer, por eso estás sola.

- Para tener a imbéciles como tú, prefiero quedarme sola.

- Si a mi no me gustaran como Leonardo, me sentiría ofendido.

Me carcajeo cuando le pasa por el lado y le da una mirada seductora antes de bajarse la capucha y perderse por la oscuridad de las escaleras.

- Al menos alguien te seduce. -miro al hombre con burla.

- Estoy bien así.

Vuelvo a reírme en alto, y subo a mi Bugatti que ya me espera afuera.

La Reina Negra.Where stories live. Discover now