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Andrei Volkova.
Siete años atrás.
Diez de diciembre.
Fortaleza Rusa.

Mantuve mi espalda erguida al lado de mi padre en lo que terminaba de aterrizar la avioneta rusa donde viajaba Ekaterinna Ivanova con su hija. El jet privado de las Búlgaras aterrizó con éxito, observe como sus botines exclusivos de Jimmy Choo pisaron las tierras en las que había nacido, dejando a la vista un pantalón de latex negro que se ajustaba exquisitamente bien a sus caderas exóticas y cintura de infarto.

Su madre descendió detrás de ella, aún así se vio opacada por la llegada de su hija que se robaba la mirada de los hombres rusos que estaban encargados de escoltarnos. Su caminar era imponente, diferente y demandante, ponía un pie delante del otro y su espalda era totalmente recta, la mirada altiva y la ceja enarcada.

— Ivanova. —pronuncie apenas la tuve delante, alzo su mirada para poder observarme una vez que se quitó los lentes oscuros.

— Volkova.

— Un placer verte. —murmure seco.

— Siempre es un placer verme. —al contrario de ella que lucía divertida con mi actitud.

Su madre abordo una camioneta con mi padre la cual se puso en movimiento inmediatamente, solté un suspiro entendiendo que a mí me tocaba llevarla a ella. Avance por el lugar hasta llegar a mi auto.

— ¿Sigues enojado? —susurro erizando la piel de mi cuello, su aliento estaba frío al igual que la punta de su nariz pequeña y perfilada.

— ¿Por qué debería?

Se relamio los labios deteniéndose en la otra puerta del auto. No contesto, así que abordamos al mismo tiempo, su olor contrarrestaba el de mi perfume marcando mi auto con su olor.

Maldito olor que me volvía loco.

— ¿Y tú costilla? —saque a tema de conversación.

— Se quedó en Bulgaria. —contesto sonriendo de forma disimulada, hacia lo mismo siempre que hablaba de su hermano. — Mamá le ha dicho que se quede... Quería quedarme con él.. Pero...

Giro su mirada hacia mi, detuve el auto a media carretera desolada después de aorillarlo, apagó el vehículo, observo sus ojos brillosos que me miran fijamente.

— ¿Pero? —insisti.

— Quería verte. —es directa.

— ¿Por qué? ¿Luciano ya te mando a la mierda y vienes por el reemplazo?

Apreté la mandíbula cuando ella sonrió con timidez, me jodía su parte sensual, penosa y mojigata que seguía enterrada en su sistema. Me encantaban todas las facetas de ella, asesina, peleadora, mojigata, sabelotodo, sucesora, melliza, seductora, penosa... Dhalia Ivanova me iba a volver loco y no me cabía dudas que en un futuro lo hiciera.

— No eres mi reemplazo... ¿Qué te hace creer que él no es tu reemplazo? —susurro inclinandose hacia mi asiento.

— Dhalia, ¿A qué juegas? Ambos sabemos que siempre me has tratado del culo.

Sus ojos grises se cristalizaron, retrocedió volviéndose a sentar en su lugar, mi corazón se apretó con verla agachar la mirada.

— Luciano... Hizo algo malo. —susurró.

— ¿Qué te hizo el imbécil?

— Lo escuché hablar con Andriette... Era una conversación extraña, casi comprometedora... Le pregunté y lo negó, pero luego conseguí esto en su móvil.

La Reina Negra.Where stories live. Discover now