CAPITULO 25.

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Luciano Di Marco

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Luciano Di Marco.

Me despierto a la misma hora de siempre a mitad de la madrugada. Alana duerme sobre la espalda de Dhalia y la cara de ella descansa en mi pecho, como era de costumbre cuando vivíamos juntos.

El frío de este lugar es sorprendente, no me quejo pero tampoco es que me guste mucho el frío. En Sicilia normalmente no hace tanto frío.

Observo mi teléfono iluminarse así que como puedo me estiró y lo agarro de la mesita de noche. Dhalia se remueve en mi pecho hasta que su rostro queda en el hueco de mi cuello, me tenso y la miro de reojo cuando aspira profundamente y vuelve a quedarse dormida.

«Mañana hay una reunión de emergencia de la pirámide. Ivanova no responde para que decida en dónde es más seguro vernos.» El mensaje es de la Francesa que ahora entro como representante de su organización y es un grano en el culo.

Observo otra vez a Dhalia, ella tampoco va a responder porqué no suele ir a las reuniones. No le contesto y sigo mirando a la mujer rubia. Para cuándo la conocí ella no era mi tipo en absoluto, siempre muy seria y callada, con el cabello rubio en una cola y con brackets en los dientes que la hacían ver una aburrida.

— Deja de mirarme. —susurra con voz ronca, y pesada. — Eres un fastidio, te mueves demasiado. —se queja sin abrir los ojos.

— Tu eres la que está encima de mi.

Sonríe y se separa de mi cuerpo, cayendo en la cama.

— Buenos días, Luciano.

— Buenos días, muñequita.

Me levanto dejándola acostada y voy directo al baño. Veo mi reflejo por el espejo y después comienzo a quitarme la ropa para entrar a la ducha.

— ¿No puedes despertarte más tarde? —suspira y se recuesta del umbral.

— Es la hora del león.

Me mira mal, y mira hacia la cama cuando me doy la vuelta desnudo. Vuelvo a recorrer su voluptuoso cuerpo, usa un pequeño conjunto de pijama de seda color blanco. Mis ojos se detienen en los senos que se le marcan por la delgada tela.

— Lo que paso ayer ...

— Me da igual.

— A mi también, pero a la pirámide no.

— Que te de igual eso también.

He violentado muchísimas veces las reglas de la pirámide, y con una buena excusa como la que ella tiene lo dejarán pasar, pero el hermano de Volkova no lo hará y eso es lo que la tiene inquieta.

— No sabes lo que es vivir con un camaleón. —susurra mirando a la cama todavía. — Siempre tengo el miedo que algo le pase, suelo soñar que llegó a casa y la mataron...

— A Alana la tocan sobre mi cadáver. —suelto tajante. — A una Di Marco nadie le pone la mano encima.

— No es solamente tu hija, egocéntrico de mierda.

— Entonces empieza a decirle cómo son las cosas con tu apellido porque entiende más de lo que crees.

Me doy la vuelta abriendo al ducha, cae automáticamente en el agua helada y mi piel se eriza. Siento los brazos de Dhalia abrazarme y sus manos recorren mi abdomen deteniendose en mi miembro erecto, lo acaricia con calma, cierro los ojos.

— Hablas como si Alana tuviera diez años.

— Yo me crié desde muy pequeño en la organización... —me alzo de hombros. — Alana es muy inteligente.

— Mi hija no es tú, ella no merece crecer envuelta en la oscuridad.

Giro sobre mi propio eje y mi mano en su cuello la direcciona hacia la pared.

— Eso solo hará que se involucre más.

— La idea es que crezca sin ser una mierda.

— Deja de martiriarte por tu infancia. Alana está dentro de la pirámide, es la próxima a ascender a líder y no vas a evitarlo. Si no querías eso, debiste pensar mejor tus acciones hace años.

— Yo no pretendía quedar embarazada... —admitió.

Y volverá a tener otro con mi sangre. Pienso y sonrió como el cabron que soy.

Mi polla entra en su canal apenas me posicionó en su entrada. Sus labios se separan del placer y sus dedos se clavan en mis hombros.

— Estábamos hablando. —me muevo dentro de ella y eso evita que hable tanto.

— Ya no.

Sus ojos grises me miran con ese brillo de siempre que la follo, volteo hacia la puerta para asegurarme que Alana siga dormida pero está cerrada. Sus labios se pasean por mi cuello dejando una pequeña mordida.

— Luciano... —la alzo obligándola a envolver sus piernas al alrededor de mi cintura. Sus gemidos y suplicas quedan ahogados por el sonido del agua cayendo sobre nuestros cuerpos y luego impactando contra el suelo.

— ¿Quién es el dueño de tus orgasmos? —sonrio con suficiencia, cuando aceleró mis movimientos impidiéndole hablar. — Dime, Dhalia.

— Joder, Luciano. —susurra. — Tu... Eres tu.

Mis manos se llenan de su carnoso glúteo,   cuando lo abro para enterrarme a más profundidad en ella. Nunca tuve autocontrol con Dhalia, incluso cuando era una mojigata virginal me clave entero en ella llenandola con mi polla tal y como lo hago ahora.

Sus gemidos son bajos por precaución, pero suficientemente altos para yo escucharlos; sus dedos se clavan en mis hombros y sus uñas me rasguñan la piel excitandome. La suelto y sus piernas temblorosas tocan el suelo antes de que su pecho impacte contra el vidrio de la ducha y vuelva a clavarme en ella con fuerza.

Dhalia Ivanova.

Oh Dios, este hombre quiere reventarme.

Sus manos se clavan con fuerza en mi cintura, clavándose hasta lo profundo dentro de mi. Siento absolutamente todo y lo que más me encanta es que siempre estamos piel contra piel, solo con él permito hacer eso. Sus gruñidos, su olor, su toque en mi cuerpo me lleva hasta las nubes haciendo que llegue al orgasmo más rápido de lo normal pero aún así no se detiene, sigue dándome con más fuerza hasta que siento su descarga en mi interior.

Sigue moviéndose con menos velocidad hasta que se detiene, recuesta su cabeza de la mía y me agarra las tetas masajeandolas. Cuando sale de mi interior, que me doy la vuelta veo que sigue erecto.

— Tienes un problemita allá abajo. —susurre divertida.

Su esencia se desliza por mis piernas, haciendo que siga húmeda esperando para que arremeta contra mi.

La Reina Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora