CAPITULO 64.

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Siete años atrás

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Siete años atrás.
Monasterio de Rila, Bulgaria.
Dhalia Ivanova.

Dolor, es aquello que definimos como una sensación desagradable, bien sea como un pinchazo, una quemadura o una simple molestia. Puede ser intermitente o ser constante. Puede sentirse en algún lugar del cuerpo o en todo... Dolor, solo dolor físico, aquel que te prohíbe levantarte de la cama por molestia y eso es lo que molesta... Pero ¿Y el dolor psicológico? No, no hablo de aquel que te imaginas como un embarazo psicológico u otro trastorno, hablo de ese que no puedes sacarte de los pensamientos, como cuando algo te avergüenza y lo repites un sin fin de veces creyendo que eso puede disminuir esa sensación.

Hablo del dolor que te apriciona el pecho, que te impide respirar, aquel que te aprieta el corazón y te hace creer que vas a morir pero, sorpresa, sigues viviendo y solo te hundes cada vez más. Ese que impide a tu mente descansar...

A mí no me dolió pasar años lejos de ver la luz del sol, no me dolió estar encerrada en un agujero pasando hambre y sed...

No me dolió ver a mi... A mí mellizo en aquella urna... No, no me dolió, me destrozó, lleno mi cuerpo de angustia y desesperación... Cada fibra de mi cuerpo se iba con él, todo sentimiento, toda reacción, todo aquello que podría darme algo de gozo estaba muerto. En una maldita y asquerosa caja que iban a enterrar para que... Oh Dios, para que se lo comieran los gusanos.

Después de todo era el curso de la vida... Nacer, crecer, envejecer y morir... Pero él no había envejecido... Él no podía irse... No sin... Sin mí.

Me mordí la lengua con fuerza saboreando el saber metalizado de mi sangre, porque era un cobarde y un marica, eso es lo que era. Apenas tenía dieciocho, lo sé, no entendía muchas cosas de la vida, pero ese imbécil era niña por querer irse sin enfrentarme antes. ¡Prefirió morir que escuchar mi "te lo dije, idiota"!

— Hija... —la voz de la mujer que me había traído al mundo lleno mis oídos, ya no tenía ese tono autoritario, ahora era bajo y cauteloso. Cómo si me fuese a quebrar si hablarán muy duro.

El lugar estaba en silencio, simples y bajos murmullos era lo que lograbas escuchar a excepción del llanto de Adriel, Axel, Aneka... Me volví a morder la lengua.

— Ya no hagas eso. —vuelve a hablar mi madre. — Vas a cortarte la lengua.

Ojalá pudiera. Fue mi culpa... Yo marque su camino desde que le dije que iban a destrozarlo... Todos saben que solo un mellizo puede destrozar el camino del otro...

— Deberías ir a despedirte, ya no lo podemos tener más aquí. —susurró mi madre mientras me rodeaba los hombros con su brazo, de algún modo conciliador.

Me aparte de su tacto con fuerza. No quería que nadie me tocará, nadie que no fuese mi maldito hermano.

— No.

La Reina Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora