CAPITULO 38.

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Tijvin, Rusia

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Tijvin, Rusia.
7:00 pm.
Cuerpo Internacional De Operaciones Secretas (CIOS)

El frío de Rusia los recibe con rabia, como si supiera que algo malo iba a suceder esa noche y los quisiera alejar o trataba de esconder a alguien, a un nativo. La nieve llenaba cada parte del pueblo, cada casa tenía la chimenea prendida y todo se rondaba en un extenso silencio.

Prometieron llegar en silencio y así lo harían, lo menos que querían eran a los pueblerinos heridos o incluso muertos.

La mafia roja era una de las dos mafias más sanguinarias de la pirámide negra. Por su habilidad para asesinar y contrabandear, no les fue difícil escalar hasta uno de los primeros puestos negros. Era una de las más temidas y las menos tocadas.

Por órdenes de mayores habían mandado cinco bandas del ejército, todos se dividieron en las camionetas y el más grande atacaría en la casa principal del lince. Sin embargo, cuando llegaron los tiros ya resonaban dentro de la casa, con espacio de minutos y después otro disparo. Habían parado entre los bosques, porqué los francotiradores estaban activos. El helicóptero no tardó en llegar dándole de baja a los francotiradores rusos.

Otro pequeño grupo de guardias estaba en el pueblo más cercano informando que no salieran de sus casas y no le abrieran la puerta a nadie.

— ¡Vamos! Con mis órdenes. —grita el próximo a Viceministro. El castaño entra con protector de cabeza, con chaleco antibalas y miles de municiones.

Como lo había dicho el Viceministro, Alex Kraft, no podían darle de baja al líder de la organización, solo a sus lacayos. Cuándo se abren paso en la organización todo se torna de un color rojo, los boyevikis han sido entrenados desde niños para ser una máquina asesina. Cortan, quiebran, disparan, todo de la manera más asquerosa y sanguinaria que existe. No apuñalan, ellos cortan cuello, no disparan a las piernas, ellos vuelan la cabeza, no pelean cuerpo a cuerpo, ellos hacen trizas a los cuerpos.

Pero el ejército de CIOS venía preparado y de la segunda camioneta bajan más militares. Los drones giraban en la parte superior de la casa haciendo una grabación de todo y también ayudaba disparando, era tecnología de alta gama.

El castaño tiene en la mira a Andrei Volkova, quién rinde tiros como si no hay un mañana y maneja el arma tan parecida como lo hace Dhalia Ivanova. Cómo si fuese parte de su cuerpo. Otra orden que dieron fue que lo lastimaran sin gravedad, ¿Pero como hacerlo? El maldito parecía un demonio con pistola.

El ejército rojo fue reduciéndose, eran más los que estaban en el piso que los que peleaban. Muchos se habían disparado asi mismo recitando: "Muero en mis manos o en los de mi jefe, pero jamás en manos de la policía", otros estaban escoltando al Pakhan y los demás estaban muertos. Las camionetas que fueron a los otros puntos ya estaban llegando, llevaban como cinco horas en esta misión y parecía nunca acabar.

Noah Hildebrandt alza su pistola justo cuando el Pakhan está cargando la de él en una velocidad impresionante, jala el gatillo pero otro se atraviesa y evita que la bala le toque.

— ¡Señor tenemos que retirarnos! —le grita uno de sus hombres a Andrei Volkova.

— ¡Jamás! —gruñe ferozmente.

— Mi señor, han reducido todo el ejército, y están llegando más camionetas de CIOS. Nosotros solos no vamos a poder.

— ¿Crees que no puedo con estos hijos de puta? —agarra a uno de sus hombres por el cuello de la camisa.

— Claro que si mi señor, pero hoy no será ese día.

Andrei Volkova era orgulloso, su norma de vida era jamás correr como un cobarde o como un exconvicto. Prefería morir en guerra que huir porque él marica no era. Los cuerpos de sus boyevikis tirados en el suelo, su fortaleza destilaba olor a sangre, muerte y a orgullo de personas que lucharon por él. Sus ojos se fijan en Noah Hildebrandt, claro que se acordaba de él, no dejaba de estar como perrito faldero detrás de Dhalia cuando (en las muy pocas veces) iba a su casa y lo veía.

Soltó una maldición muy baja, y dió la espalda para salir por los puntos estratégicos que Dhalia le advirtió que construyera en su mansión cuando estaba embarazada de aquella linda niña.

Dhalia Ivanova.

Cruzo mis piernas y bebo de la copa de vino, una exquisita tela de seda arropa mi cuerpo mientras observo la matanza en la casa de Andrei. No creí que fuese tan rápido la misión, pero en menos de tres días ya las camionetas del ejército estaban en camino a Rusia, mis coordenadas los guiaron a las casa que el tenía no tan lejos de la principal.

"— Deberías tener casas más lejos, así es muy fácil que te encuentren. —dije entrando a una de sus cabañas aburridas, mi mano descansaba en mi vientre abultado, tanto que ya me costaba caminar.

— Nadie va a atacar la organización del lince. —contesto arrogante.

— Nunca digas nunca.

Voltea a mirarme y yo le sonrió suavizando el comentario y sigo observando la casa."

— Nunca digas nunca, cariño.

Sigo observando la pantalla, Luciano está en el cuarto con Alana la cual está dormida. El cielo está oscuro y la casa en total silencio, solo se escucha el mar. Entrecierro los ojos hacia la pantalla, uno de los boyevikis principales le dice algo a Andrei y poco después se da la vuelta y se retira como un cobarde.

— Marica. —gruñe Luciano a mi espalda, sonrío victoriosa porque se que es así.

Yo jamás me doy retirada en una guerra, mucho menos si es contra esos patéticos militares que no me llegan ni a los talones.

Soy nacida en calabozos, a mi madre la habían secuestrado cuando estaba embarazada y mientras mi padre la encontraba, dió a luz a un par de mellizos.

Me crié en la fosa, un mundo subterráneo dónde todo lo ilegal es legal, las peleas clandestinas son el atractivo principal, la droga es el segundo y el dinero ni hay que ponerle un puesto. Un agujero oscuro, donde solo entraba luz por las ventanas del techo donde las personas podían verte, te tiraban cualquier asquerosidad sin importar que eras un niño. En la fosa se pelea con cualquier cosa, perros preparados para comer, lobos, leones, así nace un depredador.

Claro que yo no era la única que estaba encerrada. Los mellizos Ivanova eramos la principal atracción del circo, peleabamos juntos. También recuerdo a Matteo, Andrei y su hermana, Luciano salía solamente a las reuniones como yo... Y Gina Zimmermann, si entró muy en mi mente puedo escuchar los llantos y los ruegos que le hacía a su padre para que la sacará de aquel agujero, se llevó varios mordiscos y eso porque detenían a los perros, algo que no hacían con nosotros.

Desde los cuatro años estuve encerrada en ese agujero donde solo nos sacaban para las reuniones de la pirámide por ser sucesora. Unos militares entrenados desde los diecisiete no son competencia para mí, ni para nadie de la pirámide negra.

La Reina Negra.Where stories live. Discover now