CAPITULO 59.

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Dhalia Ivanova

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Dhalia Ivanova.

Los tiros se escuchan a kilómetros, cubrimos las peleas entre mafias como un enfrentamiento por la justicia, con la diferencia que los que pelean portan el tatuaje que los marca como participes de la mafia negra y son tapados con el uniforme que es leal al país.

El sonido me tapa los oídos, y los gritos de las casas vecinas son desesperantes para cualquiera. Un grupo de rescatistas evacuan los lugares cercanos. Entro al campo de batalla junto con Carla con la pistola en alto.

Los hombres del ejército Genovese se nos atraviesan y les explotó la cabeza sin importar. Bala que salga de mi pistola, cabeza que explota. Carla también usa las balas de plutonio y ambas vamos matando a la par. Veo a Andrei montado en la azotea de una casa, con una metralladora Vulcan que arrasa con una larga fila mientras dispara, la tropa que mando mi padre llega duplicando a mi gente.

— ¿A dónde vas? —grita Carla.

— Voy por el lince. Cúbreme.

Asiente, comienza a disparar mientras corro por uno de los callejones pasando desapercibida cuando me monto la capucha del traje. Suelto disparos a los hombres que se me atraviesan y Carla se queda en la entrada del callejon cubriendo mis espaldas mientras me adentro a la casa pueblerina.

Todo está desordenado, hay latas de comida regadas por el piso que me llevo cuando camino, el olor a marihuana es persistente y las colillas son evidentes. Subo las escaleras con todos mis sentidos activos, los ojos fijos en el pasillo frente a mi. Paso por una puerta que tiene unas iniciales escritas y un chillido detiene mi caminar, pateó la madera con más fuerza de la pretendo consiguiendome con dos ojos negros que me ven llenos de lágrimas.

La niña debe tener unos seis años, y el vestido de dormir que tiene puesto deja expuestos los morados que tiene en los brazos. Aprieto la mandíbula y vuelvo a cerrar la puerta para seguir avanzando.

No voy quedarme por ella.

Una de las ventanas al final del pasillo esta rota, lo cual deja entrar el aire frío que ahora es una de mis menores preocupaciones. Reviso que no haya más escaleras y pongo un pie en el pequeño peldaño que deja el exterior de la casa, agarro una larga respiración mientras me clavo la pistola en el arnés.

Maldito Andrei.

Clavo una de mis manos en la malla de madera que descansa a un lado de la casa, con algunas matas silvestres que me lastiman cuando comienzo a escalar. Temo que se rompa y termine cayendo los tres pisos que tiene la casa, así que me aferró bien antes de dar un paso en falso. Miro hacia arriba y me apego a la madera sintiendo como las espinas cortan mi rostro y la fuerza con la que es lanzada la metralleta que pasa por mi espalda, respiro agitada y vuelvo a mirar hacia arriba pero no hay nadie, así que me apresuro a escalar.

Si caigo de aquí, le cortó los huevos.

Apenas llegó al filo de la terraza, clavo mis manos en el cemento y me impulsó a intentar subir, sin embargo, el puñetazo que recibo directo al pómulo me hace perder el equilibrio y el agarre que tenía. Caigo al vacío y la sensación me llena el pecho completamente, clavo las manos como puedo en la malla y quedó a mitad de camino; me aferró con fuerza y aprieto los ojos para poder bajar la adrenalina que amenaza con explotar mi corazón.

La Reina Negra.Where stories live. Discover now