CAPITULO 19.

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Dhalia Ivanova

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Dhalia Ivanova.

Sus manos envuelven el alrededor de mis muñecas apretando con fuerza mientras me penetra con más intensidad, puedo sentir su polla caliente dentro de mi llenandome como nadie lo ha hecho, ni lo hará.

— Escucha como gimes. —me susurra en el oído. — Escucha como le gimes al león de la mafia, tu único marido.

Hago caso omiso a lo que dice deleitandome con él. Prometí no volver a sus garras nunca y aquí estoy, envolviéndome en el mismo infierno del que salí. Sale de mi y me gira dejándome sobre mis rodillas antes de introducirse de nuevo en mi canal.

— Dhalia. —gruñe mi nombre y yo le asiento para que sepa que lo estoy escuchando. Su mano agarra mi cuello y me endereza recostandome de él. — ¿Quién te coge?

Frunzo los labios riéndome, pero sin responder.

— Dhalia. —me advierte.

— ¿Tan daño está tu jodido ego? —tiro a matar carcajeandome.

Acelera sus movimientos y siento que las piernas se me van volviendo gelatina, la humedad crece y la presión se instala en mi vientre.

— Dhalia. —se detiene dejándome con la carga del orgasmo. — Dilo.

— ¿Qué? —se mueve lentamente dejándome en completa tortura.

— ¿Quién te coge?

— Solo muevete. —susurro recostando mi cabeza de su pecho. — Por favor.

— No.

— Luciano Di Marco. —susurro. — Me está cogiendo Luciano Di Marco, el león de la mafia Siciliana.

Sonríe complacido y vuelve a moverse apegando mi pecho a la cama.

Luciano Di Marco.

Me quedo en silencio recostado en la cama, deleitandome con la exótica mujer que tengo adelante. Veo como se mueve por la habitación buscando unas bragas que no va a conseguir porque las tengo yo y así van a quedarse.

La cintura pequeña pero las caderas grandes siempre me llamo la atención de ella, tiene senos moderados pero carnosos y unos buenos glúteos, los pezones rosados los tiene erecto y yo sigo recordando como gimió mi nombre cuando la hice llegar al orgasmo.

Sonrió orgulloso de mi.

— Deja tu sonrisa de imbécil y ayúdame a buscar mis bragas. —murmura a la defensiva otra vez.

Alzo mi mano con las bragas negras de encaje. — ¿Esto?

— ¿Eres idiota? Llevo rato buscándolas. —camina hacia mi pero cierro la mano.

— Son mías.

— ¿Estás demente? Dame las bragas.

— No. Son mías.

Se monta sobre mi con la intención de agarrarlas pero las lanzo sobre un lugar al que ella no llegara justo cuando se sienta sobre mi polla semi erecta. Mi brazo la aprieta por la cintura dejándola en ese lugar.

— ¿Qué haces?

— ¿Qué haces tú? —le devuelvo la pregunta.

— Intentar agarrar mis bragas pero al parecer ya no tengo.

— En el vestidor hay.

— No voy a usar las bragas de tu mujer. —gruñe de malhumor intentando levantarse.

— Tu eres mi mujer, y en ese armario no hay otra ropa que no sea tuya. —volteo los ojos.

Ella se queda en silencio mirandome, y se despega de mi para entrar al baño y luego la escucho en el vestidor. Igual que siempre da tres golpes en la parte hueca y comienza a tararear. Cuando sale tiene una bragas rosadas puestas.

— ¡¿ESTO ES ROPA NUEVA?! —me grita vuelta una furia.

— Ajá.

Me levanto de la cama entendiendo que no se es posible estar acostado con esta mujer. Me coloco el bóxer y entro al armario con ella detrás.

— ¿Por qué compraste ropa nueva de mi talla?

Veo las bolsas en el piso, hay como cincuentas más pares de zapatos.

— Porqué eres mi mujer y punto.

— ¡Yo no soy tu mujer!

— ¡Si lo eres! —grito dándome la vuelta.

— Bájame el tono. —me riña con el dedo en alto. — Luciano, tu y yo no tenemos nada, no tienes porqué comprarme esto.

Bufo mirándola a los ojos, pero luego decido pasar de ella y salir de esa habitación. Debería cogermela una vez más a ver si se recuerda de una vez por toda que es mi esposa. Me detengo en el baño y me deshago del boxer, veo su rostro aparta la mirada. Me adentro a la ducha pero ella abre la puerta mirandome fijamente.

— ¡Luciano, estoy hablando contigo!

— No voy a hablar ridiculeces. —contesto tajante.

— Entiende de una puta vez que no somos nada.

Me doy la vuelta con la rabia recorriendo mi sistema, me agarró del borde de la puerta con fuerza y mis ojos bajan por su cuerpo que tan solo tiene unas bragas pero ella luce tan cómoda como siempre, vuelvo a mirarla a los ojos grises.

— Y tu entiende de una puta vez que estás casada conmigo por la corte Siciliana y eso no vas a poder borrarlo. Ni tu, ni tu novio de turno.

Cierro la puerta de golpe, dejándola con los labios entreabiertos. Me doy la vuelta ignorandola tal y como he hecho estos cinco años; el agua fría cae sobre mi cuerpo, humedeciendome el cabello y que este se apegue a mi frente.

Escucho la puerta abrirse y luego su calor en mi espalda. La miro sobre mi hombro y luego me doy la vuelta, las gotas la salpican y su cabello se va humedeciendo lentamente.

— Lo olvide. —se sincera.

— Lo sé. —En los ojos se le ve la pena, pero a mí me da igual. — Nada del otro mundo.

Se remale los labios y suspira. — Alana se puede quedar otros días contigo. —accede algo que ni siquiera me iba a importar. 

— Aa. —me limitó a decir.

— Estoy intentado mediar contigo. —se cruza de brazos resaltando las tetas.

— No soy tu amigo, y tampoco voy a hacerlo por Alana. —digo lo mismo que ella.

Me acerco rozando sus tetas con mi pecho, me relamo los labios y le alzo el mentón.

— Eres mi mujer así que vete mentalizando que ahora volví. —mi otra mano va a su caderas y la apego a mi agarrando sus glúteos. — Nadie te toca aparte de mi, Dhalia, no me interesa que te creas más que los demás, me encanta que lo hagas pero eres mi mujer.

— Lo dice que el se acuesta con cualquiera. Si tú no cumples el acuerdo de exclusividad, yo tampoco. No me voy a meter tu asquerosa polla después que te consigas a otra novia de turno.

Me acerco hasta que nuestros labios se rozan pero nunca la beso. — Ese es el problema, yo no me cogí a Maia hace cinco años, ni lo hice durante este tiempo.

Me despegó de ella y salgo de la ducha agarrando la toalla en el camino.

La Reina Negra.जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें