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 Regresé a mi puesto en silencio

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 Regresé a mi puesto en silencio.

 Regla número ocho: no podemos dormir. Pero sí podemos imaginar y supongo que es casi lo mismo. 

Deseé tener bolsillos para embutir allí mis manos. El ambiente estaba místico y lúgubre, la bruma lo abarcaba todo, las corrientes de aire incluso la parcelaban.

Y por un momento me imaginé que estaba en las nubes, muy, muy alto, incluso más arriba que esos monstruos de metal que surcan el cielo, de los cuales me había olvidado el nombre. Me imaginé husmeando el mundo que se extendía abajo. Buscando entre los edificios, las luces serpenteantes de la cuidad, las plazas y los bloques de departamentos a Alicia; en mi mente la hallaba en su habitación, durmiendo plácidamente con las pestañas proyectando sombras en sus mejillas y los labios sonrosados que siempre tenía.

En mi imaginación yo bajaba y a través de un poder que no podía presumir con nadie me introducía en su sueño, así como el humo de una pipa se escurre de los labios humanos.

Le susurraba que la amaba y ella me decía que nunca me olvidaría, pero me superaría y que terminaría amando más a mis recuerdos que a mí. Porque eso saben hacer los humanos, seguir adelante. En la fantasía yo sonreía y le decía que eso era todo lo que quería en el mundo.

Pero mentía incluso en mis falsos sueños.

Yo quería mucho más.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora