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 Pat estaba frente a la casa de Alicia, detuvo el auto

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 Pat estaba frente a la casa de Alicia, detuvo el auto. En un buen rato no se bajó.

 —¿Quieres tiempo? —pregunté.

 —¿Puedo?

 —Tómate el que quieras —reí—. No soy tu jefe.

 Pat me observó con ojos húmedos.

 —No necesito tiempo para hablar con Alicia, necesito tiempo para ti.

 —¿Por qué?

 —Porque te noto distinto Clay y creo adivinar por qué es —Observó el techo, se quitó el cinturón de seguridad y se pasó las manos por la cara—. No quiero llorar.

 —No lo hagas.

 Era tarde ya estaba llorando.

 —Soy un tonto —Respiró trémulamente—. Lo sabía desde que te fuiste a despedir de Bianca y Ed, pero no quise aceptarlo.

No sabía de lo que hablaba.

—Quiero despedirme de ti —sollozó— pero siento que no estás aquí, que estoy hablando con una cascara vacía o con una proyección de lo que antes eras como en La invención de Morel donde el protagonista se enamora de una grabación y juega a que él aparece en la cinta, pero es mentira y se siente vacío porque finge que tiene algo que no está ahí.

—Eso me lastima —era mentira, me daba igual.

—Lo siento, lo siento...

—¿Qué dirías si pudieras despedirte de mí? —pregunté sin curiosidad.

Pat estaba agarrándose la cabeza, las lágrimas frescas de sus majillas iluminaban su rostro. Había una luz dorada en el cielo. Su cabello corto volvía a crecer sutilmente, su piel morena se veía oscura y cálida y la punta de su nariz se sonrosaba. Giró hacia mí.

—Te diría que me has cambiado la vida, que podía estar una eternidad agradeciéndote, que fuiste mi primer amigo, luego me disculparía porque no soy bueno con las palabras —Sonrió—. Fuiste mi primer amigo —dijo con la voz fluctuante—. Y no quiero perderte, me gustaría que estuvieras siempre conmigo, quiero que veas que todo lo que has hecho por mí tiene frutos. Y me gustaría trabajar contigo, vivir en la misma cuidad, ser grandes, me gustaría invitarte algún domingo a mi casa, beber una cerveza y ver un partido de lo que sea. Quiero que me obligues a hacer fiestas en mi departamento. Quiero resolver más misterios juntos. Me gustaría que fueras a mi casamiento, que fueras el padrino de mis hijos —Rio—, si es que una chica es lo suficientemente tonta para embarazarse de mí —Meneó la cabeza—. Eddie diría que no hay nadie así.

Guardó silencio.

—Me gustaría que siempre estés ahí, Clay —concluyó.

Pat se secó las lágrimas con la manga de su camisa oscura.

—Tal vez yo no esté ahí, pero ella sí —dije señalando a Alicia.

Había salido de esa extraña cueva de madera con puertas y ventanas. Estaba abrazándose a sí misma, observando la estructura de metal en la que nos escondíamos, como si no diera crédito a lo que veía. Tal vez nos había oído llegar.

—Sal, Pat —Le dije muy calmado.

Él me observó sin comprender y lo tranquilicé:

—Voy a extrañarte y vas a extrañarme, pero creo que extrañar es el precio que deben pagar las personas que de verdad amaron. El mundo te hace pagar por todo. Es injusto y es real y quiere ser sólo muerte, pero le es imposible ser tan oscuro si tiene personas como tú. Tal vez por eso existe el amor. Tal vez por eso los amadores son los que más penas cargan. Pero yo estoy feliz con mi castigo, no lo cambiaría por nada y lo defendería de ser necesario —Las palabras salían de mi boca sin pensarlas como si siempre hubieran estado allí—. Voy a extrañarte Pat, pero voy a ser feliz por eso, es la mayor prueba de amor que existe, significa que amé. Voy a extrañarte —repetí—. Y eso será precioso.

Pat asintió, respiró hondo.

—Voy a echarte de menos, Clay.

—Ve por ella.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora